Dice Cáritas en su último informe nacional presentado esta semana que trabajar ya no es garantía de que una familia pueda sentirse a salvo del fantasma de la extrema necesidad. No es de extrañar a la vista del panorama laboral. Las cifras generales de incremento de la afiliación registradas en este 2015 y el consiguiente descenso del paro no ocultan la terrible realidad. La crisis, por un lado, ha devaluado los salarios de forma brutal y, por otro, ha configurado un mercado de trabajo donde el empleo a tiempo parcial tiene cada vez más peso. Y no por elección del trabajador sino porque no hay otra opción. Si a muchos no le salían ya las cuentas trabajando ocho horas (o más), imaginen haciéndolo por horas. Una persona que encuentra una ocupación de 15 horas a la semana tiene empleo, sí, pero a ver cómo se las arregla para sacar adelante a su familia con los 300 euros al mes que se pueda llevar a casa. Un ejemplo más de que las estadísticas macroeconómicas de los últimos tiempos están dando más motivos para la satisfacción al Gobierno que al ciudadano de a pie. Lo peor es que esta dinámica tiene pocos visos de cambio, al menos a corto plazo. Los sindicatos, que esta semana han celebrado el Día Mundial del Trabajo Decente, alertan de que la precariedad laboral está cada vez más extendida. Al endémico hecho de que casi el 95% de los contratos que se firman en Málaga cada mes son temporales se une en los últimos tiempos que casi el 40% de las altas son a tiempo parcial, según las estimaciones de los sindicatos. En sectores como la hostelería los porcentajes son superiores, sobre todo en épocas como la estival. Alguien, con todo, podría alegar que hay personas que buscan precisamente trabajar a jornada parcial para poder conciliar vida laboral y familiar. Quizá, pero desde luego no son la mayoría de los que hoy se ven abocados a esos contratos. Los propios empresarios admiten que la economía da signos de mejora pero no los suficientes aún como para incorporar al personal a tiempo completo. Dicho de otra forma: esto es lo que hay. La duda surge al pensar que muchas empresas, a pesar de que la reactivación se consolide, podrían preferir el mantenimiento de este empleo troceado, un mercado de minijobs que ha sido consagrado por la reforma laboral. Si a todo esto unimos el inframundo de la economía sumergida, podemos concluir que Cáritas lleva toda la razón del mundo. El lujo que es trabajar, por desgracia, asegura cada vez menos.