En la vida de un periódico los primeros 16 años es como un soplo, parpadeas un poco y ya son historia, como el periodismo acostumbrado a vender noticias que apenas si duran minutos gracias a los cada vez más crecidos periódicos digitales. Este periódico que tienen en sus manos ya es mayor de edad aunque se recree en sus 16 años, edad en la que despuntan el bigote, una incipiente barba y hasta los granos o herpes de una graciosa y valiente juventud. Tengo a fe ser un empedernido lector de La Opinión y haber disfrutado de un periodismo vivo, joven, de impacto y cercano a los malagueños. Haciendo cuentas y descontando los dos días al año que no se editan los periódicos me sale que llevo 5.956 mañanas, siempre temprano, disfrutando del olor a papel, recién impreso y sobre todo de sus noticias, reportajes, secciones y colaboraciones. Hay días que por saber quien escribe acelero mis pasos hasta el kiosko y con el café mitinero (que no mañanero) con dos o tres colegas de los que ya tenemos colgados muchos años en el corazón nos dedicamos a despellejar o a solazarnos, política o socialmente hablando, con quienes se asoman a las páginas del periódico.

Un periódico que hace periodismo a pie de calle y una joven redacción que domina el arte de trasladar las noticias a papel con la sobriedad de quien sabe que las palabras hay que medirlas y rescatar el pulso de la ciudad o la provincia con sentida profesionalidad.

Como digo he seguido muy de cerca, casi metido en sus entrañas, la vida y milagro de este periódico que tantas alegrías me da. Años de lucha profesional de un equipo, reducido en número, pero de alta cualificación profesional y escuela, además, de futuros periodistas. Años de lucha para que cuadren los números y años de lucha para abrirse un hueco en el corazón de los malagueños sin más ataduras que su amor a la verdad y a la independencia. Y de ello doy fe porque, a mis años, me moriré siendo periodista, profesión muy denigrada hoy en día, posiblemente con algo de verdad, pero que reconforta cuando vemos en estas y otras páginas escritas, capaces de denunciar, con la palabra escrita como diría el recién premio Príncipe de Asturias, Emilio Lledó, tanta corrupción, tanta mentira y tanta crispación. Y tengo a fe decir que en mi cercanía más próxima, casi como si fuera mi misma piel, viven y perviven nada menos que 8 periodistas.

Déjenme, pues, que ame esta profesión, aunque a veces se me caiga la cara de vergüenza.

Escuché, con mucha atención, al director de este periódico cuando, en la entrega de los premios otorgados a señaladas personalidades de la vida malagueña, abrir la espita de los malos tragos por los que atraviesa el periodismo, en general y en especial el que cada mañana llega a sus manos, si es que lo compra, coincidiendo con él en que nunca desaparecerá e invitando a ir al kiosko o librería a comprarlo. Pero también oí abrir una tobera de esperanza e ilusión, sobre todo cuando se hace buen periodismo, como servicio a la sociedad, desde la verdad y el rigor.

Nada que añadir. Tiene buena escuela.