Ha costado tiempo y cientos de miles de víctimas, entre muertos y huidos, pero poco a poco parece abrirse paso la realpolitik en relación con el caos sirio.

Los Estados Unidos de Barack Obama parecen haber comprendido por fin que no podrá resolverse esa crisis sin contar con Irán o con Rusia. Y sobre todo que, como si no hubiesen aprendido nada de lo sucedido en los países vecinos, no se puede insistir en el abandono del poder por Bacher al Assad.

La alternativa no es ya dictadura o democracia, si es que fuera posible forzar desde fuera ese cambio de régimen. El problema es cuando, como ocurre en el caso de Siria, sólo queda un país destruido por el terrorismo y los continuos bombardeos de unos y otros, del que huyen despavoridos a millones los pobres ciudadanos.

Lo peor que le puede ocurrir a un país es una guerra civil como las que siguieron a la caída del iraquí Sadam Husein y al derrocamiento del libio Gadafi. Guerras civiles provocadas por invasiones insensatas que no sólo no ayudaron en nada a las poblaciones de esos países sino que causaron un sinfín de víctimas y el caos general.

Caos que, ahora también desde Siria, Afganistán y otros lugares más próximos como los Balcanes, llega a las fronteras de Europa en forma de cientos de miles de refugiados que ven cómo se les cierran unas fronteras tras otras y se ven obligados de ir de aquí para allá sin saber qué país acogerá finalmente a los afortunados que sobrevivan al próximo invierno.

Y ahora, después de haber ninguneado a Turquía durante años con el argumento de que es un país musulmán al que no resultaba prudente admitir en un club cristiano como la Unión Europea, algo que no era, sin embargo, óbice para acogerlo en la alianza militar de Occidente, vemos que ese país puede servirnos para contener y mantener lo más lejos posible a muchos de los refugiados.

Aunque ello cueste dinero -varios millones de euros- además de otras cosas como la eventual concesión a los ciudadanos turcos de visados Schengen y la promesa de acelerar el proceso de integración de Turquía en la UE en lugar de seguir dejándolo para las calendas griegas.

Habría que preguntarse en cualquier caso cómo habría evolucionado Turquía, es decir si habría tenido una evolución más democrática, de haberse mostrado la UE más receptiva desde el principio a los intereses y preocupaciones de Ankara.

Y también si ello no habría ayudado de paso al progreso de un islam más tolerante y actualizado tanto en Turquía como en todo el Oriente Próximo y Medio. Sobre todo teniendo en cuenta el gran número de turcos, pero también kurdos, que viven y trabajan en Alemania y que podrían ejercer una influencia positiva.

Estados Unidos y Turquía, aliados ambos en la OTAN, no ponen ya pues como condición sine qua non la renuncia de Assad para entablar negociaciones sobre el futuro del país.

Y al mismo tiempo parecen haber comprendido finalmente que Rusia, aliada del dictador sirio y tan interesada como los europeos en la derrota del Estado islámico en vista de las poblaciones musulmanas que viven dentro de sus fronteras, tiene un importante papel que jugar.

Como lo tiene también su otro principal aliado en la zona, el Irán de los ayatolas, y que -un ejemplo más de realpolitik- ha dejado de ser ya parte del eje del mal para Washington, mal que les pese a sus principales aliados en la zona: Israel y Arabia Saudí.

En cuanto a los europeos, lejos de seguir siempre los dictados de Washington en una zona tan compleja y crucial para sus intereses, harían bien en diseñar una política propia, menos antagonista de la Rusia de Putin, aunque no les guste la deriva autoritaria del presidente ruso, una deriva que la actitud de Occidente ha contribuido seguramente a reforzar.