Entretanto la tempestad política nacional sigue arremetiendo en Cataluña con el desbloqueo de la tramitación de la declaración de inicio del proceso hacia la república catalana por la mesa de su Parlamento; el temporal de Levante padecido el domingo -el peor en veinte años-, golpeando las playas de la capital por olas de más de seis metros de altura, ha dejado una huella explícita de la necesidad de acometer actuaciones, desde hace tiempo pendientes, para reforzar las playas y proteger la costa de los castigos de la mar. Guadalmar está a la espera o bien de fortalecer la zona con escolleras o retranquear el paseo marítimo para ampliar la playa; mi añorado y aventurado Baños de Carmen, con un proyecto redactado para crear una nueva playa defendida por tres espigones para amparar este simbólico lugar, pende del informe de impacto ambiental para salir a concurso por el Ministerio de Medio Ambiente. Cuánta demora. Cuánta moratoria para realizar intervenciones urgentes que pasan por preservar la salud de la ciudad. Mientras urgen las soluciones, leo una noticia sobre la iniciativa de dos amigos que decidieron poner en marcha un proyecto denominado Complaint Restraint February, consistente en elegir febrero, mes de 28 días, como período donde no se podían quejar por pequeñas cosas sin importancia. El resultado de la experiencia ha constituido un cambio muy favorable en las relaciones interpersonales de los más de mil candidatos que se han sumado a esta experiencia, percibiendo un sentimiento de felicidad genuino. Quejarse no es malo, lo negativo consiste en lamentarse por situaciones cotidianas nimias, las cuales nos conducen al resentimiento y a una amplia gama de sensaciones perniciosas para nuestro entorno. Centrémonos en las quejas importantes: la mejora de las infraestructuras para la salvaguardia del litoral malagueño, por ejemplo.