Hay algo inexorable en la irrupción de la Naturaleza en nuestro mundo artificial. Por eso el mar, cuando dice aquí estoy yo en Málaga, actúa como un virus informático que desfigura la gráfica de los beneficios turísticos de la pantalla de la economía local, al menos así ha sido durante el pasado sábado de puente de noviembre. El mar sobrepasando los espigones, empujando la escollera, inundando chiringuitos y robando una vez más la arena de una playa que siempre fue suya. Cómo no repetir aquel verso de Rafael Pérez Estrada ahora: «Quién puede decir mar impunemente».

El aviso marino nos pone en nuestro sitio. Quizá no sea una catástrofe, es verdad, pero sí un aviso. Detrás del temporal está el testarudo paso adelante en que anda empeñada una sociedad que devora aceras para colocar mesas y más mesas, buscando una rentabilidad desesperada y desesperante que termina obstaculizando el paseo sin más, incluso el de quienes para hacer hambre y sentarse a picar antes pretendían pasear. Detrás está la ocupación económica del litoral a pesar de la corrosión de la humedad y de la titularidad sobre lo que es suyo que el mar tarde o temprano reivindica con su oleaje, y quién sabe si cada vez más la subida del nivel del agua por la descongelación de los polos y el cambio climático que nadie parece dispuesto a parar (todo es tan a corto plazo?)

Detrás de lo ocurrido en la localidad catalana de Agramunt, donde han perecido cuatro ancianos al desbordarse el río Sío, también está la depredación económica, el beneficio particular por encima de todo y de todos. Una residencia de ancianos cuyas camas están en el sótano, sus colchones flotando. No hay metáfora alguna en la imagen, sino un grito vergonzante. Donde debieran estar los almacenes, los trasteros, los vestuarios o algo así, estaban las camas de los ancianos con o sin ventanas al suelo, almacenados como sobrante que espera terminar más pronto que tarde, y sin ni siquiera el amparo de la legalidad para impedirlo. Nuestras vidas serán los sótanos donde nos aparcarán antes de morir ahogados por los ríos desbordados de la avaricia. Eso es lo que está detrás de la noticia «Mueren cuatro ancianos al inundarse su residencia en Agramunt, Lleida».

Y no hay menos desempleados detrás de las cifras del paro registrado de octubre, sino 82.327 más en España, de nuevo el paro por encima de los cuatro millones, a pesar de la gran temporada turística que se ha considerado histórica. Luego, la depredación sigue excavando sótanos y comiendo terreno al mar. El dinero contra la vida, que advertía José Luis Sampedro. Lo explicaba como profesor de Economía, no como santo laico ni entrañable abuelo de póster de la izquierda.

También está detrás la querencia por volvernos majaras. Mientras esos ancianos se ahogaban en Cataluña, el peso de sus mermados cuerpos no conseguía ocupar la décima parte de atención en los medios que los separatistas, que lo ocupan casi todo. Impunemente.