Permítanme que en primer lugar felicite a Concha Jerez Tiana por su Premio Nacional de Artes Plásticas. Ella y yo nos conocimos en Sidi Ifni entre los años 1947 y 1954. Fuimos compañeras de juegos, de cursos en el instituto de enseñanza media y juntas nos aficionamos a la lectura y a la escritura. Aunque se diga que la distancia, las ocupaciones mutuas y el paso de medio siglo aligeran los recuerdos, o los borran, nada más lejos de la realidad porque aquellas vivencias que protagonizamos juntas en la infancia se marcaron en nuestra piel a fuego y nos prepararon para superar los baches que se esconden bajo los ladrillos del largo y tortuoso camino de la vida. Parece ser que el clima se va serenando. La verdad es que no nos podemos quejar de la bonanza que disfrutamos, lo que nos ocurre es que no estamos acostumbrados ni preparados para sobrellevar lo que nos pasa cuando se les ahúman los bigotes a las nubes, porque tienen bigotes, lo juro. Si viviéramos en la tierra donde yo nací sería muy diferente porque los gallegos portan siempre un paraguas, unas veces en el bolsillo de la gabardina, otras bajo el brazo, pero, como una es muy curiosa, hace unos veinte años visitamos Pontevedra y me llamó la atención un buen hombre que llevaba colgado su paraguas de una presilla que tenía su gabardina en la parte posterior del cuello. Mi hijo, que era pequeño, le preguntó: «Señor, ¿nunca ha perdido el paraguas?» y el buen hombre con toda la calma gallega le respondió: Sí, firiño, dos o tres veces al día, pero el que lo encuentra sabe que es mío y me lo hace llegar». El peque le dijo: «Pues que disfrute mucho de la lluvia, señor». «Y tú de la visita a mi pueblo». Gracias al cielo hemos sobrevivido a la dichosa fiestecita de Halloween. Las aceras las han dejado hechas unos cirios, no es que sea quisquillosa, que sí lo soy, es que el Excmo. Ayto. debería poner unos pocos de limpiadores más para arreglar el desastre que ha quedado. Ni mijita, oiga.