La cifra. Una palabra, con su artículo, que suena elegante, frágil, precisa, como un acorde de música. Igual que un secreto cifrado en sí mismo cuando desconocemos los números que la componen. La cifra tiene entraña de diamante inflexible y, sobre todo, pesa mucho. Da igual si se trata de ganancia o de pérdida. Es la conciencia numérica de nuestra identidad administrativa y del estado económico de nuestra vida. A veces también es la intimidad más circular del deseo. No es esa cifra la que ha revelado el Instituto Nacional de Estadística (INE). 2,9 millones a los que los 972,8 euros mensuales brutos no les satisface su esfuerzo.

Los datos de la EPA siempre descifran qué oculta la realidad política, y las diferencias entre un sexo y otro. El salario medio de las mujeres es de 1.618,1 euros al mes, mientras que el los varones alcanza los 2.125,9 euros. La postura laboral de ellas continúa siendo la del misionero. No consiguen darle la vuelta al dominio del mercado y ganar a caballo esta revolución. Y eso que de sobra se la merecen y trabajan a diario. La gran mayoría de las empresas son machistas. El triunfo tiene huevos de oro más que inteligencia para gestionar mejor las emociones, la productividad y la resolución creativa de problemas. Propiedades más fáciles de encontrar en las mujeres trabajadoras. El mercado laboral en España sigue castigando a las mujeres. Numerosos estudios reflejan que la brecha salarial sigue aumentado. Y eso que ellas representan el 60% del total de universitarios. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) refleja en su último estudio que hay más mujeres con estudios superiores entre la población de jóvenes de 25 a 34 años de edad, pero son más los hombres que obtienen un trabajo con ese nivel de titulación mientras ellas acaban engrosando las listas del paro donde el desempleo femenino representa el 53% frente al 47% de los varones.

La cifra siempre es cómplice del poder. Especialmente del económico. Es el que siempre la manipula, la supedita, la impone o la transforma en un fenómeno social. Es lo que sucede actualmente con ese 85% de ciudadanía encaminada a tener salarios estancados e incluso descendentes. La cifra certifica la defunción de la clase media. Aquella, la nuestra, educada en la creencia de que una buena formación intelectual abría puertas, y en que la honradez y el trabajo eran las mejores cartas de presentación. Ese viejo mundo basado en la estabilidad sostenida con buenas y solventes trayectorias laborales se ha desvaneciendo. El talento, la experiencia, la eficacia ya no cuentan. Los trabajadores tienen cada vez menos recursos y menos oportunidades. Están condenados a ser excedentes en la cuneta social, y esclavos en la cadena empresarial.

Esteban Hernández explica en su libro cómo se está construyendo una clase formada por personas que pertenecen a las capas medias en cuanto a formación, mentalidad y atributos, pero que se encuentran con condiciones vitales propias de los estratos más bajos. En cambio, las familias más ricas y las empresas financieras insisten en una vuelta de tuerca al mercado laboral y a los recortes en materia pública. Su argumentación es que la clase media se lleva la mayor parte de los gastos en seguridad social y pensiones, siendo estas últimas un sistema piramidal que está a punto de derrumbarse. En cambio, los pobres apenas lo utilizan. Ni siquiera reclaman. Están más preocupados en sobrevivir. No es extraño que la estrategia política practique la beneficencia moral. Una persona sin hogar muere en España cada seis días. La cercanía electoral consiste en darles a estas víctimas una vivienda con tutela. Es más fácil que solucionar las verdaderas causas del problema: el de los casos se deben a la pérdida de trabajo y un 20% a causa de las separaciones que en su mayoría penalizan al hombre.

¿Cuál es el discurso de nuestros políticos frente al dolor y la vergüenza de estas cifras? Cada día es una jornada adelantada de campaña. El 20D es hoy la piedra Rosetta del jeroglífico en el que se ha convertido España y del ser o no ser de nuestro futuro. Un panorama suficientemente grave que exige programas serios, ideas innovaciones y factibles, recetas urgentes contra la desigualdad imparable y la necesidad de progreso. En cambio, lo único que vemos y oímos es a los lideres haciendo plató. Albert Rivera estrellándose con un coche de rally en ´Planeta Calleja´; Pablo Iglesias en ´El Hormiguero´ cantando a Javier Krahe; Soraya Sáenz de Santamaría bailando también con Pablo Motos o montando en globo con Javier Calleja. Peter Panes y Wendys protagonistas de una absurda infantilización de la política. Lo mismo que tenemos a Pedro Sánchez y al presidente Rajoy con lagunas importantes y frases precocinadas en lugar de responder a las preguntas de Ana Blanco, la periodista que con educación, temple y sonrisa, insistía en la tendencia de tahúres y prestidigitadores de sus entrevistados. Más de lo mismo. Lo viejo de siempre. No es extraño que lo queda de la clase media sean el desencanto y la indignación. Todos nos hemos convertido, como escribe Robert Castel en La metamorfosis social, en los desafiliados de un sistema para el que sólo somos los ceros excluidos de la cifra que ellos convierten en la rentable dictadura de sus beneficios.

En nuestra mano está dejar de ser números económicos de la codicia de otros y colaborar en la construcción de una sociedad donde nuestra identidad sea la conciencia de nuestros mejores valores. La única cifra que descifra el secreto de la felicidad de nuestro futuro.

*Guillermo Busutil es escritor y periodista

www.guillermobusutil.com