Hubo un tiempo en el que todo el mundo llevaba zapatos marrones. Se pusieron de moda y florecieron como los almendros en febrero. Tenían un cierto toque italianizante. Nadie tenía resistencias a ellos. Brillaban. Pasó la época. Ahora: zapatillas de deporte pero para llevar con traje. O para correr. O la vuelta a los zapatos negros. Los zapatos marrones se ven menos. Siguen siendo muy útiles y combinables. Si usted no se fijó en su día en que se llevaban mucho los zapatos marrones y ahora tampoco se ha enterado de que moderadamente han vuelto puede ser por una de estas tres causas: usted está en la luna. Sin descartar que sea astronauta. Usted no es zapatero. O, tercera razón, usted no es muy de fijarse en los zapatos y prefiere fijarse en los sombreros.

Reconózcalo entonces: tiene poco trabajo. En cualquier caso, no es artículo para usted. Puede seguir leyéndolo no obstante. Incluso alzar el periódico o la computadora y ver de qué color son sus zapatos. Si es de los que se fijan en los zapatos está en el artículo correcto. Los zapatos dicen mucho de un hombre. No digamos nada de una mujer. O eso dicen. A mí no me dicen nada. Me dan señales de por donde ha transitado quien los lleva o de si tiene una holgada cuenta corriente. Los niños están muy contentos con zapatos nuevos. Pero: pruebe a quitárselos.

Seguirán contentos. Puede que lloren, vale. Llorarán pero si le da un trozo masticable de magro con tomate pero con mucho tomate con el que puedan huntarse la pechera volverán a su contento natural. Ha pasado un viandante con zapatos marrones y usted creerá que introduzco tal sucedido para reafirmar mis tesis. Pero no. Es que me ha distraido. Yo siempre he sido más de distraerme que de reafirmar mis tesis. A veces me distraigo tanto que no me doy cuenta de que llevo zapatos marrones.

Para los que somos un poco daltónicos no es conveniente tener muchos zapatos. Pero sobre todo, conviene no tener zapatos rojos o verde fosforito, dado que podemos presentarnos en un evento serio y dar la nota. Algunos creen que en determinadas ocasiones, como un concierto, no es malo dar la nota. Prefiero que la dé el que está sobre el escenario. Miro a los compañeros de oficina y veo que hay algunos zapatos marrones. No hay ningún zapatero ni me consta que haya ningún astronauta. Ahora el que está en la luna soy yo. Mi patria son mis zapatos, dice una canción. Podría deducirse que los apátridas van descalzos. Es imprudente escribir una columna sobre zapatos y no hablar de calcetines. Más imprudente es escribirla sin zapatos. El suelo está frío. Me pongo los zapatos marrones.