Hay argumentos y razones para explicar cualquier desatino. Hasta los nazis lo intentaron en Núremberg. Se llama Historia, pero eso es otra historia. El metro de Málaga transitó de ilusión a decepción casi en una sola parada. El ciudadano quiere pensar que cuando sus gobernantes impulsan un proyecto es porque ha sido pensado y calculado. El metro de Málaga demuestra hasta qué punto nos administra una manada de ineptos. Nadie se arriesga a acometer una obra en casa que suponga una profunda remodelación de sus estructuras sin que sepa si dispone del dinero suficiente, sin que tenga comprobado que la obra se puede realizar y, por encima de todo, hasta el más indolente calcula los beneficios y desventajas de poner una casa patas arriba, de invertir una enorme cantidad de dinero en un solo apartado, y de quedar endeudado durante décadas. Incluso el más despreocupado lo hace pero se ve que nuestros políticos andan por debajo de esa superficie de la razón. El ciudadano puede comprender que durante la realización de esta obra aparezca, por ejemplo, la casa veraniega de Julio César y se detengan los trabajos por una razón justificada e imprevista que modifica planes y plazos. Lo inconcebible es que el primer día de anuncios del metro y fotos para la gloria de Junta y Ayuntamiento, no se desplegaran los planos de trazado, se indicara el coste de la obra y se marcase en el calendario el día final estimado, casa de César aparte. En una construcción de esta envergadura, a pesar de que se realice en una zona pequeña de una ciudad mediana como Málaga, el material más sólido es el papel donde se trazan las líneas. Las labores conllevan una buena dosis de imprevistos, pero no de azar o improvisación como exhibe el bamboleo con el que el metro ha ido sembrando titulares sobre sus indecisiones y modificaciones desde su alumbramiento hasta hoy. Incluso hablamos de metro cuando los problemas son causados por el tranvía que se esconde bajo el eufemismo de metro en superficie.

Los vecinos de E. Gross y Blas de Lezo protestan contra el paso del tranvía por esas calles, camino del Hospital Civil. El Ayuntamiento distinguió esas arterias de la ciudad con el apelativo de ´Vía Básica´. Se integraban en el sistema circulatorio imprescindible y, por tanto, cualquier obstáculo para el tráfico sería penalizado con una multa más cara. En efecto esas calles agilizan el movimiento de vehículos de gran parte de Málaga. Ahora, el mismo Consistorio que defendió el incremento de las sanciones por afectar de modo significativo la fluidez del tráfico, pretende instalar ahí un tranvía con sus raíles y cables que, estética aparte, secuestra esos viales por décadas. Si fuera un metro, esto es, transporte subterráneo y construido con tuneladora, no habría protesta vecinal. A los malagueños nos están vendiendo, bajo el signo sacrosanto de la demago-ecología, un proyecto tan falsificado como quizás innecesario. Uso el metro con frecuencia. Puntual, eficaz, rebaja el estrés y es una bendición para las zonas por donde transcurre su camino soterrado. No entiendo las virtudes que aporta el gasto en esos tranvías respecto a un carril para autobuses vigilado de verdad como hacen todas las ciudades donde se protege el transporte público. El metro, si es tranvía, conlleva un obstáculo además de un peligro para la circulación como ya se comprobó en Torre del Mar y varias veces en Teatinos, zona donde la fácil construcción de túneles habría articulado una Málaga del futuro más barata que la del pasado a la que pretende transportarnos ese tranvía al que los vecinos de Eugenio Gross y Blas de Lezo no quieren tener que esquivar en la puerta de sus casas. Me pregunto cuánto costará una flota completa de autobuses ecológicos de última generación y si estos gastos en tranvías son pertinentes, o si podemos pagarlos a costa de disminuir inversiones en educación y sanidad. Ya digo, argumentos hay para defender cualquier idea, lo que no significa que sea beneficiosa por más discursos que la sostengan. Metro sí, tranvía no. Y mediante tuneladora como en las urbes civilizadas del planeta.

*José Luis González Vera es profesor y escritor