La tragedia de París no debería entenderse como una acción terrorista más. El presidente Hollande explicó en su comparecencia de ayer que los atentados del noche del viernes constituyen «un acto de guerra del ISIS», y explicó que los ataques «se organizaron en el exterior, con cómplices internos». Tiene razón, y por eso Occidente está perdiendo esta guerra que de forma silenciosa se ha instalando en Europa. Si nos atenemos a las razones y a los puntos de vista que los muyahidines o los soldados del Califato sueltan en las redes sociales, nos daremos cuenta que lo que nosotros consideramos terroristas, los medios afines a estos bárbaros de Daesh (Estado Islámico) o al Qaeda los califican como guerreros y así califican la brutal matanza de París como un capítulo más de su guerra de odio que quieren extender por Europa. Y lo hacen sembrando un terror indiscriminado y fijando como principales objetivos a la población civil. Y lo están consiguiendo. Ayer domingo, París era una ciudad sin alma, desierta, con miedo, en silencio y tomada por la policía y el ejército, que recomendaron a los parisinos refugiarse en sus casas recortando así uno de los valores esenciales de la democracia como es la libertad. Están ganando la partida.

En una entrevista que publicamos hoy, el ministro de Exteriores corrobora esta tesis y señala que es urgente, prioritario y capital acabar con el Daesh, cuya amenaza ya es planetaria. Añade que no estamos ante terroristas o «lobos solitarios», más bien ante grupos con elevada preparación militar y con un ámbito de actuación universal. Hasta ahora, sus objetivos se centraban sobre todo en países musulmanes -Siria, Irak y Libia-, pero han puesto en su punto de mira a los países occidentales y de un modo indiscriminado.

Durante todo el día de ayer, analistas, académicos, profesores, periodistas.., entraron una vez más en el debate de que estamos ante una nueva cruzada religiosa, ya que los cientos de mensajes y propaganda que los islamistas radicales cuelgan en las redes sociales hacen referencia a una reivindicación religiosa que conlleva la reconquista de territorios que consideran forman parte del Islam como Al Andalus. Es cierto que la intolerancia religiosa ha sido pródiga en violencias a lo largo de la historia, y ahora el fanatismo se aprovecha de las versiones integristas del islamismo para justificar y golpear de nuevo en Europa. Ante este escenario de guerra, es fácil que los ciudadanos caigamos en el error de que su odio a Occidente alimente un odio inverso, que se traducirá, como ya se observa en ciertas fuerzas de ultraderecha, en un rechazo mayor e indiscriminado del Islam. De esta forma se alimentará la xenofobia entre los ciudadanos y cada día serán más los que miren a los musulmanes que viven entre nosotros como parte de es «ejército invisible» que desea acabar con nuestro modo de vida, con nuestras libertades. Sería simplista pensar que cualquier musulmán es un enemigo potencial, pero también desde las asociaciones de musulmanes y desde las mezquitas se deberían ser más claros a la hora de condenar lo injustificable.

Hay que evitar caer en este error. En la calles, en los bares..., se palpa estos últimos cierto temor con el tema de los refugiados sirios que a cuentagotas tratan de entrar en Europa. Son muchos los que consideran que entre esos millares de refugiados se infiltran muyahidines o los soldados del Califato, que se asentarán en nuestras ciudades y esperarán su oportunidad para golpear a los que les han dado techo y comida a sus compatriotas. Por eso conviene no olvidar que, frente a los que buscan identificar el Islam y el terrorismo, sólo tienen que revisar el listado de víctimas de estos salvajes para darse cuenta de que un elevado número de ellas son personas de su misma creencia pero de una rama distinta como sucede en la guerra que asola Siria, Irak, Libia... Digerir esto con más de cien personas asesinadas requiere calma.

Lo que si tiene una pensada es el trabajo de los servicios secretos. Ya no se trata de acciones de «un lobo solitario», casi imposibles de detectar cuando decide cometer una acción criminal. Lo que sucedió la noche del viernes en París fue la acción de un comando organizado que atentó con un kalashnikov, el arma que ha sustituido a la cimitarra en sus banderas, junto a un campo de fútbol, contra las terrazas de bares y durante un concierto de música, lo que vuelve a poner de relieve la vulnerabilidad de nuestras ciudades y de nuestro modo de vida frente a la barbarie.

Lo único cierto es que estamos en una guerra de muy difícil solución y que requiere que los estados democráticos la consideren como tal, no como acciones terroristas. El camino debería estar en solucionar primero los conflictos de origen en Libia, Siria 0 Irak.