En ocasiones constatas que cualquier cosa que hagas o hagan por ti empeorará tu situación. El famoso «virgencita, que me quede como estoy». Este sentimiento paralizante se llama resignación y hay que luchar contra él con todas las energías, incluso pasando olímpicamente de las pruebas empíricas que animan a tirar la toalla. El sábado pasado discurrió por Madrid una fenomenal manifestación contra la violencia machista que tuvo su reflejo en muchas ciudades del Estado.

Fueron decenas de miles de gargantas tronando contra una lacra social que ocupa muy poco espacio en el pensamiento y la acción del Gobierno. Y para qué nos vamos a engañar, tampoco protagoniza los discursos electorales de los diferentes candidatos, emergentes, divergentes o periclitados antes del 20D. A día de hoy 45 mujeres han sido asesinadas por sus parejas o exparejas. Se dice pronto. Un autobús lleno de personas de toda edad y condición pero solo de sexo femenino salta por los aires al año por culpa de una mano criminal sin que parezca el problema de nadie. Pues bien, después de la marcha masiva del sábado han sido asesinadas cuatro mujeres y un hombre. No todo el mundo está pendiente de Cataluña. Algunos emplean su tiempo en velar las armas que usarán contra mujeres desvalidas y trazar los planes para la agresión final tras años de malos tratos.

Tras décadas respondiendo a la violencia feminicida con minutos de silencio, el lema de la manifestación del sábado contra este terrorismo invitaba a romper con la neutralidad en el lenguaje, proponiendo llamar a las cosas por su nombre, cosa que no resulta baladí. "No mueren, las matan". "No morimos, nos matan". Si el lenguaje refleja pero también construye la realidad, morir nos tocará a todos, pero no nos ocurrirá a todos que nos arrebaten la vida de manera brutal. "Muere una mujer de 65 años en Oviedo..." da pie a imaginarla en su cama, rodeada de los suyos. Mas no, la encontraron en un charco de sangre con la cabeza reventada a golpes que le propinó su pareja, que tuvo la amabilidad de dejar en el buzón una nota explicativa a la policía. Eso ocurrió el lunes. Casi a la vez un hombre fue apuñalado hasta morir por el exmarido de su novia. El domingo una mujer fue asesinada de un disparo en Baena por su marido que luego se suicidó. En la tarde del sábado, mientras se disolvía la marcha de Madrid, se encontraron los cadáveres de una madre y una hija, también asesinadas con arma de fuego por la pareja de la más joven. El tipo es tratado de «presunto» pese a que se entregó a la Guardia Civil y tenía una orden de alejamiento. Los crímenes machistas de este 2015 han dejado de momento 40 niños huérfanos menores de 18 años, y tres pequeños han sido asimismo asesinados por sus padres para ocasionar el mayor daño posible a las madres. Solo 8 de las 45 víctimas habían denunciado a sus agresores, y nada más que tres tenían medidas de protección en vigor que los asesinos burlaron.

Leídos así, caso tras caso, hay que tener muchas ganas de camuflar la realidad para relatar que estas españolas han muerto. No lo digamos más. Escribamos ´asesinadas´ para que el mensaje empiece a calar de una vez en quienes podrían hacer algo para detener este derramamiento de sangre: invertir cantidades astronómicas de dinero en la protección de las víctimas potenciales. Invertir tanto dinero público en ayudarlas que el miedo al fin acabe por cambiar de bando.