Adiós, Richard Gere. Hola, Dani Rovira. Adiós, Julia Roberts. Hola, Clara Lago. El exitazo descomunal de audiencia que tuvo el estreno en televisión de Ocho apellidos vascos sugiere la posibilidad de que se haya terminado la era Pretty woman y comience la era Ocho apellidos vascos. En televisión las eras son tan importantes como en geología o en astrología. Hasta antes de ayer estábamos en la era cenozoica -definida por la aparición de los mamíferos-, la era de Acuario -definida por el consumo de hachís y otras sustancias psicotrópicas- y la era Pretty Woman -definida por la elevadísima audiencia que la peli sobre la redención de una joven prostituta gracias al amor y a las boutiques de Rodeo Drive registra sin importar cuántas veces se emita por televisión-. Hoy quizá ya no. (Pasa al tercer párrafo).

Una y otra no son historias tan diferentes como parecen. Sexo y territorialidad son pasiones igual de elementales. Ricos y pobres. Vascos y andaluces. Hombres y mujeres y viceversa. Dos personas completamente distintas entran en contacto, descubren que tienen más cosas en común de lo que creían y cambian para siempre. Una de ellas se disfraza de la otra. Julia Roberts finge ser rica y de ahí salen mil equívocos graciosos. Dani Rovira finge ser vasco y de ahí salen mil equívocos graciosos. Una separación dramática y una reconciliación final con una carroza de por medio. Arquetipos jungianos e historias que llevan triunfando en todas las culturas del planeta desde la era mesozoica.

(Viene del primer párrafo). Hoy quizá ya estemos en la era Ocho apellidos vascos y la película de Martínez-Lázaro se convierta en el nuevo comodín de Mediaset para rellenar cada dos meses una tarde del fin de semana con audiencias millonarias. Aunque se emita cien veces, aunque se emita mil. Sería un avance cósmico mayor que el de la era de Acuario. Dani Rovira se come con patatas a Richard Gere y, puestos a jartarse de arquetipos, siempre será mejor montar en una calesa por Triana que en una limusina por West Hollywood.