Antonio Banderas pasea por la playa de su tierra en el inicio del reportaje promocional de Málaga presentado la noche del pasado viernes a lo grande por el área de Turismo municipal. En el cine Albéniz se dieron cita el alcalde de la ciudad y otras personalidades y malagueños reconocibles de diferentes ámbitos junto al director del audiovisual, el también malagueño Fernando Ramos. Estuve allí y apenas horas después estaba volando con un nudo en el estómago desde Málaga a Madrid, donde debía hacer escala para llegar finalmente a Marsella, donde diseñó «la cité radieuse» Le Corbusier, ciudad radiante que tanto se parece a Málaga y no tanto.

En el avión llevaba aún por dentro la emoción de sentirme enjambrado junto a otros rostros de la tierra en esas bellas imágenes que parecen sobrevolar el mar de Málaga ayudadas por los acordes de la intensa banda sonora del malagueño Timmy Ropero con la voz de la malagueña Patricia Lan de fondo. Con paradas intermitentes en los museos y en el mercado central y en los jardines y en el puerto y en el Castillo y en la Alcazaba y en los estadios y en algunas calles y plazas y en el Festival y en la Semana Santa de Málaga, la cámara se eleva finalmente hasta La Farola donde de nuevo Banderas, siempre en lo alto, tras medio centenar de embajadores que asentimos en cada uno de esos rincones nuestro malagueñismo, dice con una sonrisa orgullosa: «Somos Málaga».

Pero esa emoción efervescente y cálida se me iba enfriando con el peso del temor por los atentados yihadistas en París, de los que nos fuimos enterando a medida que algunos íbamos saliendo de la gala la misma noche del viernes. Pocas horas después yo estaba volando a la Francia sangrienta y fanáticamente golpeada horas antes en el corazón simbólico de su capital.

La vacuna de la Cultura contra la barbarie me estaba esperando en el Festival «Cinehorizontes» en Marsella, el abrazo del conocimiento contra la ignorancia manipulable, la celebración de la libertad contra el miedo necesario de los fascismos, nazismos y dictaduras de toda ralea con la excusa de la religión o la derecha y la izquierda extremas como mismo suelo y techo de su futuro irrespirable.

Por los cines españoles se estrena estos días una película que recuerda las mafias de la droga en los años 70 en la ciudad que tiene uno de los tres puertos más importantes de Europa, Conexión Marsella. Pero yo, arrobado por los barquitos que cuelgan del techo de la iglesia de Notre Dame de la Garde, patrona de la ciudad y sus pescadores, subida a la colina más alta de una Marsella llena de colinas desde las que divisar sus calas naturales («les calanques»), sólo he visto la ciudad que consiguió para su bien ser capital europea de la Cultura en 2013 y allí abajo, al fondo, flotando en su bahía, el «chateau d´If», la fortificación del siglo XVI convertida en prisión de la que se escapó el Conde de Montecristo en la novela de Dumas. Y me escapé con él€