Afirma Juan Luis Arsuaga que el miedo es lo único que nos mantiene alejados de matarnos todos los días entre nosotros. Siempre se ha dicho que la III Guerra Mundial será una guerra total. No es que las anteriores no lo fueran, que también, sólo que el ser humano, en su incansable carrera por alcanzar la autodestrucción, ha tenido ahora tiempo suficiente como para acumular el material bélico suficiente, capaz de convertir su hábitat natural en un campo de cenizas. Queda claro que el miedo, lejos de actuar como analgésico, lo hace más bien como un elemento necesario que sirve, a su vez, como escudo protector de nosotros mismos. Más que denunciar el posible cinismo que hay detrás de esta fórmula, nos deberíamos de agarrar a la parte práctica que subyace en todo esto, que no es otra que la simple supervivencia de nuestra propia especie. Que la palabra guerra esté ahora en boca de todo el mundo después de los recientes atentados de París es algo más que preocupante. La exasperada retórica ha contagiado hasta al mismo papa Francisco y nos está envenenando a todos sin darnos cuenta. François Hollande fue contundente y declaró a su país en guerra. Concretamente, una guerra contra el «terrorismo yihadista». La reacción a sus palabras fue una ovación cerrada entre aplausos dilatados. Se está incrustando claramente en la opinión pública la sensación de que, efectivamente, estamos librando una nueva batalla. Una sensación que va tomando peso con cada nueva declaración que se realiza en ese sentido. En los periódicos franceses, el lenguaje bélico ya domina los titulares y, por si fuera poco, llega Sarkozy y se viste de Charles de Gaulle para «llamar a la guerra total contra el terrorismo». ¿Guerra total, tercera guerra mundial? Es la retórica equivocada en el momento equivocado. Sólo sirve para apuntalar el miedo en un ambiente de inquietud y alimenta el pánico de lo que pudiera pasar si el lenguaje simbólico, finalmente, se hiciera realidad. Nos están transmitiendo la noción de que la guerra de Europa contra el terrorismo habría alcanzado una temible calidad nunca vista hasta el momento. Con toda su crudeza, nos encontraríamos en una guerra total, que ha traspasado las frontes de Irak y de Siria para instalarse en nuestro salón de estar. El lenguaje bélico de nuestros políticos traza fronteras donde no deberían de existir: en la esfera del tú y yo juntos.