Por fastidiar, no lo pongan en duda, los agoreros sabelotodo murmuran, entre dientes -porque no tienen valor de decirlo frente a frente- que en menos de seis días tendremos que salir a la calle pertrechados bajo nuestro eterno abrigo de dos caras. ¡Idiotas! Discúlpenme por mis malos modales, no es que sea continuamente grosera, no, de ninguna de las maneras, pierdo los papeles sólo cuando los sabelotodo de tres el cuarto se empeñan en hacernos la vida más difícil de lo que ya es. Como les digo. Esta mañana he estado en el mercado de mi barrio -extraordinario, oiga- comprando pescado, carne y verduras para unos días, sin recargar el carrito de la compra porque los huesos, a los cinco años de haber cumplido los primeros setenta, no los debo sobrecargar o eso, al menos, dice mi médico de cabecera, que debe de tener un sitito privilegiado en el Paraíso por la paciencia que derrocha con sus pacientes.

Hace unos días recibí una carta de una amiga de la infancia pidiéndome consejo porque quiere escribir su biografía y no sabe cómo empezarla. Le he contestado rápidamente: «Amiga, siéntate en tu ordenador y escribe todo lo que recuerdes de estos últimos 75 años. Cuando te canses no lo borres, guárdalo. Dentro de una semana sigue añadiendo al texto guardado lo que hubieras deseado vivir, pero guárdate el rencor, las frustraciones, las penas, porque son tuyas, absolutamente tuyas, a nadie le interesa saber lo que hay debajo de la alfombra de tu vida.

Pero, rubia, no te entristezcas, formaste una preciosa familia y fuiste protagonista de muchas aventuras en varios continentes. Coge una libretita y apunta aquello que deseaste olvidar hace 40 años y no has podido conseguido. Léelo despacio y comprobarás que es una preciosa anécdota. Sólo eso. Mañana, lo borras todo. Besos.