Leer las esquelas de José Antonio Primo de Rivera y Francisco Franco en un periódico local tiene mucho más sentido que el guantazo de la primera impresión. Además de la facturación de un puñado de euros, la nota publicada por el exdiario del movimiento es una llamada a la adoración del fundador de Falange Española y del dictador a los que muchos siguen mostrando su agradecimiento con una ofrenda floral en la cruz de los caídos de la Catedral de Málaga y una misa en la parroquia Santa María Stella Maris, según los convocantes. A estas alturas, la exaltación pública del fascismo y su posterior degeneración franquista me sorprende menos que la posibilidad de que las almas de sus impulsores estén sentadas a la extrema derecha de cualquier dios.

Resulta absurdo afirmar que la huella de Franco no goza de buena salud en España, país que se encuentra en las antípodas de sus vecinos más cercanos para los que la exhibición pública de este tipo de movimientos remueve tanto la conciencia nacional como sus códigos penales. Pensar hoy en un grupo de rapados celebrando una misa en la Catedral de Santa Eduvigis de Berlín en sufragio del alma de Adolf Hitler solamente pueden ser dos cosas: una escena tarantiniana o un disparate a la altura de los que se atrevan a creer que un ex alto cargo nazi podría ser actualmente alcalde en Alemania.

El disparate se quedaría en territorio germano, puesto que en España no nos tomamos las cosas tan a pecho. Aquí, donde tener memoria histórica es motivo de mofa oficial, no hay que andar mucho para encontrar a personas que ocupan un cargo público destacado después de haberlo hecho durante el régimen. Todos sabemos, por ejemplo, que Francisco de la Torre fue presidente de la Diputación de Málaga durante los últimos años de la dictadura y que 43 años después, como alcalde del siglo XXI, se presentó entre silbidos en el cementerio de San Rafael para participar en la inauguración del monumento que homenajea a los 2.880 cuerpos recuperados del mayor campo de exterminio que se le atribuye al franquismo.

Desconozco qué lleva a admirar -mucho menos convocarle una misa y anunciarla- a un tipo que da apellido a una barbarie que afectó a todo el país, pero coincido con Carmen Franco cuando dice que su padre está mejor en el otro mundo.