Las autoridades están poniendo mucho énfasis en que no se falsifiquen los nuevos billetes de veinte euros. Ya nos gustaría que pusiesen ese interés en que tuviéramos acceso a ellos. Si pudiéramos ganarlos en buen número no nos haría falta falsificarlos. Salen el miércoles. Incluyen un elemento de seguridad innovador a través de una «ventana con retrato» insertada en el holograma. O sea, lo mismo tiene la cara de un nota ahí ocultamente a ojos sólo de expertos. No, no crean. Es el retrato del personaje mitológico Europa que puede verse si se mira al trasluz. A mi me duran tan poco que a veces no me da tiempo ni a tocarlos... como para ponerlos al trasluz.

Poner un billete al trasluz es como dudar de su honestidad. O como ponerlo mirando a Cuenca. Lo cual no está bonito. Hay que ponerlo mirando a una caja de supermercado o al maitre de un restaurante o en manos de los que nos roban con la factura de la luz. El billete de veinte euros es mentalmente para muchos el de dos mil pesetas. Lo que pasa es que dos mil pesetas son doce euros, no veinte. Espero que con este sencillo cálculo no le haya amargado el café o el vermú. Dicen los que saben de esto que el de veinte es el billete que más se utiliza. Eso es porque no me han preguntado. Yo siempre procuro utilizar el mismo. El billete de veinte euros en la cartera te da una soltura vital que, semos sinceros, no te la aporta el de diez. Y con el de cinco... que les voy a contar. Con el de cinco ya casi no puedes decirle a la parienta ‘me voy a por tabaco’. Corres el riesgo de que te dé un euro y te anime a largarte. Así de caro se ha puesto el tabaco y así de barato que te peguen la patada.

Con los billetes de cincuenta pasa algo raro. No los hueles mucho pero cuando tienes uno, como tienes gustos y hábitos de pobre, vas a comprar algo que vale poco y nadie te lo quiere cambiar. Entonces se te pega a la cartera como una lapa o percebe a roca y no hay manera de quitárselo de encima. Y por poco te mueres de hambre. Una vez un amigo trató de pagar un café con un billete de cincuenta euros y la camarera quiso darle una colleja. Tuvo suerte. Lo normal es que quieran darte dos tortas. No falta quien se compra algo de treinta euros para poder cambiar el billete de cincuenta. Pero esto es cuando la convivencia entre uno y el billete de cincuenta se ha puesto insoportable. Urge la separación. Aunque te quedes con una compra inútil de treinta euros y veinte en el bolsillo. Mal negocio. Sí, pero mejor billete. Más nuevo. Más infalsificable, si el palabro existe. Lo dudo como dudo de qué vida harán los de doscientos y quinientos.