Son muchos días transcurridos desde los atentados de París y todavía no dejan de aparecer en los medios secuencias de lo ocurrido. Vamos descubriendo más de la crueldad de estos bárbaros, vamos leyendo a articulistas que saben expresar lo inexpresable, vamos asumiendo lo inaceptable y, mientras, intentamos que el miedo no se apodere de nosotros porque, al fin y al cabo, es lo que pretende esta gente, estos hijos, que algún día fueron niños amamantados por madres que, quiero suponer en su mayoría, ahora sufren al comprobar que sus retoños son los asesinos sin alma que han provocado la masacre.

El miedo está ahí, a la vuelta de la esquina intentando corroernos, oxidarnos. Pero la vida sigue. Es ineludible continuar viviendo. ¿Qué podemos hacer si no? De la mejor manera posible. Eso sí, por culpa de estos desalmados tendremos que resignarnos a seguir haciéndolo con menos libertades, justificado por las amenazas de unos fundamentalistas que no sabemos hasta donde podrán llegar.

Ellos quieren que entremos en su mismo juego: el odio. Sería lo más fácil, sería incluso comprensible. Pero ante el miedo o el odio ofrezcámosles, por ejemplo, la solidaridad. Esas manifestaciones que llegan de forma espontánea o premeditada. Solidaridad con los afectados. Compasión también. Sí, compasión por esos musulmanes de buena fe que tienen que aguantar la ira del Occidente asustado y agazapado, mirándose su ombligo, sin reparar en un Oriente que hace tiempo muere lentamente por el horror y el sinvivir.

La verdad es que resulta difícil plasmar, mínimamente, la rabia acumulada. Después de oír cientos de veces La Marsellesa y de ver imágenes desoladoras de ese París que siempre has imaginado idílico, sientes el impulso de ayudar de cualquier forma a las víctimas y te preguntas cómo es posible que estos asesinos puedan estar dominados por un odio ancestral e irracional que solo saben liberar a base de bombas y fuego, sembrando el horror y pensando que son mártires que irán a un cielo inventado, un cielo, que si lo hay, desde luego, será difícil entender.