Hace unos años, la ciudad amaneció de un día para otro con su perfil profundamente modificado. En su horizonte marino surgieron una serie de formidables figuras derivadas de la nueva orientación que experimentaron las instalaciones portuarias. Curiosamente, y a diferencia de otras intervenciones con una repercusión mucho menor en el paisaje urbano, la novedad fue asimilada con naturalidad por la mayoría, quizá debido a la distancia a la que se situaron con respecto al Centro pero también por la sinceridad de su diseño utilitario, consustancial a las funciones para las que fueron diseñadas; y por su implicación en la generación de riqueza. La cuestión es que, sin ser la estética un factor a considerar en el momento de su implantación, se han convertido en una magnífica aportación a la silueta de Málaga desde todos los puntos de la rosa de los vientos. Su número, cinco, es el suficiente como para que se perciban como un grupo, pero no tan alto como para que produzcan un indeseable efecto pantalla. Son el penúltimo capítulo de la extensión del puerto de Málaga mar adentro, y un salto en escala desde la anterior referencia visual constituida por la Farola. La prosaica realidad es que se trata de cinco colosales grúas pórtico para contenedores de la categoría Súper Post-Panamax, con capacidad para atender a los mayores buques. Aunque algunos con cierta propensión al frikismo hemos creído reconocer en ellas a los AT-AT que barrían a los rebeldes en las heladas planicies del planeta Hoth -véase El Imperio Contraataca-. Yo me quedo con la imagen de cinco esfinges protectoras de la ciudad que auguran al viajero una feliz travesía en el momento de la partida. Ahora nos dejan tres de ellas; las canjearemos por un hotel-torre en el muelle opuesto. No sé si ganaremos con el cambio.