En la misma semana que hemos visto a Pedro Sánchez intentar hacer un zumo con escaso éxito en casa de Bertín Osborne y a Mariano Rajoy poner cara de que le estuvieran aplicando una descarga eléctrica en los genitales ante una gracieta de su hijo, en Málaga se ha producido un episodio democrático de relevancia, precisamente a pocos días del inicio de la campaña para las elecciones generales del 20 de diciembre. Este jueves, la Universidad de Málaga elegía a su nuevo rector. A la fiesta estaba invitada toda la comunidad universitaria, como es normal. Un total de 41.137 personas entre profesores, alumnos y personal de administración eran los encargados de decidir entre Narváez, Aguilera y Pimentel. Y un dato me ha dejado completamente flipado. No es ni el nombre del ganador que, francamente, me da igual, ni la necesidad de una segunda vuelta de los comicios universitarios. Es el dato de participación del alumnado. Que sólo el 14,2% de los estudiantes haya participado le tuerce el culo a cualquiera, con perdón. Los jóvenes. El motor del cambio. El futuro. Así se está etiquetando a la chavalería de entre 18 y veintipocos en los últimos años de cara a las elecciones generales que, para muchos, serán el principio del cambio a partir del 21 de diciembre y, sin embargo, en la que seguramente será su primera oportunidad de elegir en una votación, el 85,8% de los universitarios de Málaga han pasado, literalmente. «Esto realmente le interesa a muy poca gente», ha resonado por la redacción la última semana, y no deja de asombrarme que, a quienes tienen que elegir a su representante ante la Junta, el Gobierno, o quien sea que les sube la matrícula o les cambia los planes de estudio, se la sople quién sea. Entre esta desidia y los problemas burocráticos que para los exiliados -cifrados en dos millones esta semana- supone votar desde el extranjero, se está preparando un panorama magnífico para que en las próximas elecciones las cosas no cambien mucho. Hay que dar la cara, chavales. Y eso va también por ti, Mariano.