Los cambios políticos influyen de una manera decisiva sobre el comportamiento de los medios de comunicación, e históricamente esta influencia también se ha ejercido sobre la misma estructura y composición del sistema de medios. El posicionamiento de los medios de comunicación ante este tipo de procesos es claro y clave para entender la batalla por el poder. Las elecciones del próximo 20D no serán una excepción a esta regla, porque anticipan cambios en la correlación de fuerzas políticas en el poder tras la irrupción de los partidos emergentes, y traerán como consecuencia un reposicionamiento mediático. Sin embargo, que la relación entre medios y política existe es una realidad histórica, pero entre aquellos y la democracia esta relación no siempre se ha cumplido.

Aunque la hemos utilizado como título de esta columna, cabe preguntarse ¿existe la democracia mediática? El concepto, que existe desde los años noventa, sigue siendo un concepto controvertido. La democracia evidentemente tiene que ver con los medios, pero de qué manera tiene que ver con ellos. Tampoco todos los medios son iguales ni tienen el mismo grado de influencia. Además, los medios ya no están solos, y hemos de hablar también de sistemas de comunicación que integran a los medios convencionales, Internet y las redes sociales, etc.

¿Qué se entiende por democracia mediática? En mi opinión, este concepto admite acepciones diferentes: a) la democracia de los medios; b) la democracia en los medios; c) la democracia que no puede existir sin los medios; d) la democracia transparente y participativa; e) la democracia mediada; f) la democracia tecnológica; y g) la democracia mediatizada por los medios; etc. En estos casos, cada uno de los cuales requiere un análisis propio, la asociación entre democracia y medios (o viceversa) no siempre tiene una connotación positiva.

En nuestra tradición política, producto de nuestra historia reciente, la relación entre medios y democracia se asocia directamente con el papel desempeñado por aquellos en la Transición. Es decir, durante el proceso de transformación de un régimen de dictadura a otro democrático. Cuando el poder político anterior fue suplido por los medios. La construcción democrática en nuestro país tuvo que ver directamente con la acción democratizadora de los medios de comunicación, que ejercieron de contrapoder y suplieron a las instituciones en el proceso de liquidación de las estructuras anteriores y la instalación de las nuevas. Fueron los años del «parlamento de papel». El consenso de casi todos los medios por hacer la transición desde una dictadura a una democracia. Pero qué ocurre cuando lo que se suple es una democracia, y los medios pueden llegar a orientar el sistema político, fortaleciéndolo o debilitándolo. El fenómeno mediático puede afectar a la democracia de diversas maneras: a) en la banalización de los contenidos; b) en la manipulación de la información a través de estrategias de subinformación y desinformación, con objeto de favorecer o perjudicar a un determinado gobierno; o c) mediante sondeos que condicionan la valoración de los líderes y la orientación de la política; etc. Para muchos autores, los medios han alterado la esencia del sistema político en las democracias occidentales. Durante las últimas décadas ha sido la televisión la que realmente ha transformado la política, y en la actualidad hay que valorar el papel que desempeñan Internet y las redes sociales. Para Manuel Castells, las TIC no determinan lo que pasa en la sociedad pero cambian profundamente las reglas de juego. Aprender esas nuevas reglas es vital para impedir el control de aquellos que conocen los códigos de acceso a las fuentes de saber y poder. La polémica, sin embargo, está servida. Mientras que unos teóricos afirman que la democracia saldrá fortalecida si las tecnologías permiten la participación activa de los ciudadanos en la toma de decisiones y en el debate público; para otros autores, entre ellos Habermas, las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación propician una participación sin reflexión basada en la inmediatez y en el impacto súbito que no favorece una ciudadanía crítica ni comprometida.

A mi entender, los medios -como las TIC- deben velar por la democracia y nunca ponerla en peligro. De ahí la necesidad de establecer mecanismos de regulación (autorregulación, corregulación, regulación), que impliquen la corresponsabilidad de los operadores y del resto de partes implicadas: políticos, empresarios, profesionales, ciudadanos, etc. Mientras que la democracia ha de ser política, constitutiva de una organización moderna, garante de los derechos de los ciudadanos, y vertebrada por un sistema de comunicación pública que vele por ella misma. El sistema mediático ha de estar al servicio de la democracia, y ser su reflejo. No ha de ser un poder paralelo. Ni siquiera ha de ser un contrapoder (tal como se planteó en el tardofranquismo y en la transición política española), sino que ha de ser una de las bases del mismo poder democrático que fundamenta al Estado democrático. Eso sí, el ejercicio de ese papel ha de ser desempeñado desde la independencia, con profesionalidad, y en equilibrio permanente con el resto de los poderes del Estado democrático.

*Juan Antonio García Galindo catedrático de Periodismo de la Universidad de Málaga