La ópera es un género difícil. De hecho, es tan difícil que la mayoría de las personas están o muy a favor o muy en contra. Forofos contra detractores. Forofos extáticos que proclaman las magnificencias de la ópera y la sitúan por encima de cualquier otro arte. Y detractores desgañitándose contra el elitismo de la misma (hay que saber idiomas, música o historia para saborearla en toda su extensión) y su artificiosidad empalagosa. Forofos que lloran lágrimas arcoiris cuando la soprano o el tenor ponen a temblar los escenarios con el terremoto de sus voces. Y detractores que bostezan hipopotámicamente con cada gorgorito, cada pellizco de las cuerdas vocales, cada rictus hipertrofiado de esos buenos cantantes que suelen ser tan malos actores. Un debate divertido porque casi siempre desemboca en un punto muerto o tierra de nadie sin heridos, algo que siempre hay que agradecer.

Y en esto que llega «This is opera», el programa que la 2, en horario dominical de 8.15 a 9 de la noche, dirige y presenta Ramón Gener. No sé exactamente cuánto tiempo lleva programándose porque yo lo he descubierto hará unos dos o tres meses. Pero ya no me lo quiero perder nunca. Yo, por cierto, era de los detractores, aunque sin saña, sin sangre, sin emplearme a fondo porque uno respeta cualquier manifestación cultural por estrambótica que sea. El caso es que Ramón Gener es hipnótico, contagioso, un enamorado (y no sólo un conocedor) de verdad y, lo que es muy importante dado el formato en el que se emplea, un comunicador genial. Explica, contextualiza, se inventa modos de hacer accesible contenidos oscuros, acude a un colegio de niños pequeños con un peluche gigante, entrevista a los grandes divos y divas (y a cada uno en su idioma, vaya), visita teatros, se mete entre bambalinas, juega, toca el piano (en un parque, en un escenario, en cualquier sitio), relaciona notas con ideas e ideas con acontecimientos de la época y los acontecimientos de la época con emociones universales, acude a psicólogos, hace encuestas a pie de calle, escribe grafitis en un muro, pasa consulta con un foniatra, pone vídeos, resume tramas, repasa biografías, llama la atención sobre algo que de otro modo hubiera pasado desapercibido y mil cosas más. Y lo hace siempre con una sonrisa amplia, con los ojos chispeantes, con un lenguaje hablado y corporal que, por ser los de alguien claramente entregado a la causa, invita a la confianza, a las ganas de seguir aprendiendo de su mano, a darle otra oportunidad, si uno es de los no cautivados de antemano, a ese género en apariencia tan poco contemporáneo, tan anacrónico.

Con Ramón Gener mi hija de nueve años y yo estamos aprendiendo a amar la ópera, algo que a estas alturas de mi vida pensaba que ya era imposible. Atendemos, puntuales y con devoción, sus comentarios sobre «La flauta mágica», sobre «Salomé», sobre «Cosi fan tutte». Y luego las tarareamos, las buscamos en internet, las estudiamos un poco. No sobran personas entusiastas capaces de transmitir ese entusiasmo en positivo. Y menos en la televisión. Es lo que hizo, por ejemplo, Félix Rodríguez de la Fuente con los animales, que instaló un biólogo amante de la naturaleza en el corazón y en la conciencia de todos los que le seguíamos enfervorizados. O Jiménez del Oso, que nos metió ovnis, aparecidos y psicofonías en nuestros sueños. Un gran programa tanto para forofos como para detractores de la ópera. O para gente curiosa y viva en general.