«Termina noviembre, tengo casi noventa años y desde hace cuarenta no he vuelto a recibir mi ramito de violetas. Cada año pienso que se ha retrasado, y espero a que acabe el mes. No había querido creer a Cecilia cuando contó la historia a todo el mundo, y pensé que mi amante secreto se habría espantado por el posible escándalo, pero que cuando todo se olvidara volvería a insistir. Aunque mi marido, que se ha muerto hace mucho, puso entonces cara de póker, seguro que no era el remitente. Seguro. Falta de imaginación total es lo que el pobre hombre tenía, aunque no esté bien hablar así de un muerto. Bien mirado, el otro habrá muerto también, o se le habrá ido la pinza. No le echo la culpa a la desdichada Cecilia, pues cuando el poeta descubre una buena historia es mucho pedirle que la calle, pero lo cierto es que me hizo una faena. Yo me quedé compuesta, sin amante secreto y con marido.»