Es lícito preguntarse qué van a conseguir los estados en la cumbre del clima en París cuando parece más que evidente que quienes llevan la voz cantante no son tanto los gobiernos como la gran industria. Aproximadamente dos tercios de los gases de efecto invernadero que han escapado a la atmósfera desde el comienzo de la revolución industrial son responsabilidad directa de 90 multinacionales, según la revista científica Climate Change.

Si bien los gigantes del sector energético han terminado rindiéndose a la evidencia del cambio climático, al mismo tiempo hacen todo lo posible para ganar tiempo presumiendo de transparencia, de responsabilidad social o medioambiental o de códigos de buena conducta. Se ha calculado que para cumplir el objetivo de impedir que el calentamiento del planeta supere en dos grados centígrados las temperaturas medias existentes al comienzo de la era industrial, punto considerado como de no retorno, habría que dejar en el subsuelo, sin explotar, hasta un 80% de las reservas que quedan de combustibles sólidos.

No parece que la cosa vaya por ahí porque no sólo se siguen construyendo centrales de carbón en numerosos países en desarrollo con ayuda de las multinacionales occidentales, sino que se impulsan nuevas técnicas como el llamado fracking o fractura hidráulica para la extracción del gas de esquisto. Y ello pese a que en ese tipo de actividad no sólo se libera metano, gas que contribuye en mucha mayor medida que el CO2 al temido cambio climático, sino que se contaminan las aguas freáticas y se pone de paso en peligro la salud humana con algunas de las sustancias químicas utilizadas en ese proceso.

Las multinacionales del sector energético invierten anualmente millones de euros o dólares en actividades de cabildeo cerca de los gobiernos, los parlamentos y de cara a la opinión pública, a la que tratan de convencer de sus buenas prácticas y aún mejores intenciones en lo que se refiere a la protección del medio ambiente. El cabildeo de los gigantes de ese sector ha conseguido entre otras cosas que se haya rebajado hasta un 27% el peso de las renovables en la cesta energética total fijado como meta para el año 2030 por la UE frente a propuestas más ambiciosas.

Tampoco están cruzadas de brazos las multinacionales del caucho, material indispensable para la industria del automóvil, a las que los grupos ecologistas consideran corresponsables de la deforestación en muchos países del mundo en desarrollo. Es lo que está ocurriendo, por ejemplo, en Indonesia, acaso el país de mayor índice de deforestación del planeta, donde el monocultivo a base de hevea o árbol del caucho amenaza no sólo la biodiversidad sino al mismo tiempo la supervivencia de algunas comunidades indígenas. Los gigantes del sector del caucho argumentan que compensan la tala de esos árboles mediante nuevas plantaciones con vocación ecológica, pero muchos sospechan que se trata simplemente de una estratagema para calmar los ánimos mientras continúan sus prácticas depredadoras.

También habría que mencionar los agrocarburantes a base de etanol o aceites vegetales como la colza, cuyo cultivo industrial tiene efectos nefastos sobre los recursos alimentarios, o las semillas transgénicas, que tropiezan con fuerte oposición popular en Europa.

Estas últimas sirven para reforzar un modelo agro-industrial que, según sus críticos, no es sino un caballo de Troya de las multinacionales del agribusiness, interesadas sobre todo en el mantenimiento de una fuerte dependencia de su tecnología de punta en detrimento de la agricultura tradicional, donde no tienen las mismas oportunidades de negocio.