Cómo no dejar que Manuela se coja de tu brazo. Y cómo no cogerse del brazo de Cristina. Qué dos mujeres tan atractivas por razones distintas e iguales. Ahora que en los momentos más serios de un debate político los candidatos asistentes se hablan de tú y de Pablo, Albert y Pedro, parece adecuado llamarlas sólo por su nombre de pila, tras mirar el paseo de Manuela Carmena y Cristina Cifuentes cuando salían de comer de menú en un hotel de la plaza de Santa Ana.

Parece que están cambiando algunas cosas si una mujer como la jueza Carmena (la más joven, probablemente, que se presentaba en la candidatura de Podemos) ha llegado a la alcaldía de la capital de España. Pero no lo es menos, tras el paso del ordeno y mando de Aguirre (un personalismo sin esperanza), que haya llegado (porque en la política a los puestos se llega en medio de carambolas, codazos y tesón) otra mujer como Cifuentes a presidir la Comunidad de Madrid. Qué dos mujeres cogidas del brazo paseando por Madrid. Y gobernando.

Esa foto y la foto del debate (que son dos en una, la de tres presencias y la de una ausencia cómica) suponen un punto de inflexión que ha hecho olvidar el terror yihadista y su inoculación del miedo contra la vida, un miedo que se aprovecha para cercar la libertad del individuo en nombre de su seguridad. Rivera con su corbata finita y moderna, Sánchez sólo con chaqueta e Iglesias en camisa se definían a sí mismos con su sola presencia. Decían cómo son hasta cuando estaban callados. Pero no sólo se hablaban de tú y por sus nombres de pila (lo que hubiera resultado una frivolidad más o menos estratégica y diferenciadora de una generación y unos modos distintos), se dirigían unos a otros y al espectador con discursos resueltos, rápidos, bien estructurados y sin apenas titubeos. Su solvencia intelectual queda, por tanto, fuera de dudas. Luego, no sólo son imagen, pose o edad.

Carmena y Cifuentes pertenecen a generaciones distintas pero las dos son y serán «jóvenes», intuyo, hasta la muerte. Y ninguna desmerece o merece más por estar junto a la otra en la foto. Por eso se equivocó Rajoy y quienes le asesoraron al no ocupar su sitio vacío. Tenía que haber estado allí, con su edad, de pie ante el atril, ante el peligro o no de los tres jóvenes, en ese debate de El País con un formato más ágil que el de los debates a veces no debates a que nos han ido acostumbrando en España, donde nos lo tragamos todo sin apenas rechistar, normalizando lo anormal en una digestión imposible, consumiendo con fruición basura televisada y política de wáter.

Podía haber ocurrido que sin Rajoy ese debate se hubiera quedado en nada, porque es fácil el blablablá de quienes no gobiernan y no tiene interés sin que el que gobierna les replique. Pero no se le echó de menos, es lo grave. Incluso era fácil imaginarle comentando junto a Piqueras el debate desde fuera, en vez de responder a sus preguntas, igual que comentó el fútbol en la radio.