Arabia Saudí ha anunciado la formación de una alianza militar de países islámicos para combatir el terrorismo, que, al igual que ocurrió con Al Qaeda, amenaza con devorar ahora a quienes lo crearon.

El país árabe, guardián de las ciudades santas del profeta, está considerado gracias a sus petrodólares, que financian la construcción de mezquitas, como el mayor exportador del wahabismo por todo el mundo. Y el wahabismo es el Islam en su versión más radical y fanática.

El wahabismo no sólo oprime a la mujer -y hasta que ésta se libere no habrá liberación en el mundo islámico- sino que recurre a otras prácticas medievales como el ahorcamiento o la lapidación.

Pues bien, ese régimen feudal e intolerante, amigo de Occidente, al que exporta su petróleo y de quien compra sus armas, pretende erigirse ahora en coordinador de la lucha de los países islámicos contra un fenómeno que contribuyó a crear.

Pero en esa nueva alianza de treinta y cuatro Estados están sólo los países árabes suníes, como algunos del África negra -Nigeria, Niger, Chad, Togo, Senegal, Sierra Leona, entre otros- o asiáticos- Pakistán, Bangladesh, Malasia- mientras faltan otros.

Y entre éstos están los de la otra gran rama del islam -la chií- que capitanea Irán, el gran rival de los saudíes por la hegemonía regional, aliado a su vez de los gobiernos de los dos países más sacudidos por Daesh (Estado Islámico): Siria e Irak.

El Gobierno de Riad está fuertemente preocupado por la aproximación de Estados Unidos a su mayor enemigo, Irán, al que el presidente Barack Obama ha sacado por fin del «eje del mal» en el que le metió en su día el republicano Ronald Reagan.

El régimen saudí hizo grandes servicios a Estados Unidos durante toda la guerra fría, ayudando a financiar sus guerras contra los regímenes comunistas, entre ellos el de Afganistán, y ello hizo que se hiciera la vista gorda durante demasiado tiempo y se utilizara distinta vara de medir a la hora de juzgar sus más flagrantes violaciones de los derechos humanos.

No hay que olvidar que Arabia Saudí sustituyó además a Irán como gendarme de Oriente Próximo tras la caída del shah de Persia y su sustitución por el régimen de los ayatolas, y que, por el papel que ha venido desempeñando, se le ha consentido prácticamente todo.

Ahora, sin embargo, Occidente en general, pero sobre todo Estados Unidos gracias al «fracking», tienen una menor dependencia del petróleo saudí, y esto, junto a la salida del ostracismo de Irán, preocupa cada vez más a Riad.

Como también debe de preocupar a este país la caída de los precios del petróleo, consecuencia de la sobreabundancia de la oferta, que impedirá a la larga financiar el nivel de vida de los habitantes de ese reino feudal, con una juventud cada vez más inquieta.

Arabia Saudí obtiene casi un 90 por ciento de sus ingresos por exportaciones del negocio del petróleo, que ha sido hasta ahora la garantía de su riqueza, pero las arcas del Estado registran un agujero cada vez mayor pese a las enormes reservas que todavía tienen y que se calculan en 600.000 millones de dólares.

Su mayor esperanza en este momento, señalan los observadores, son las necesidades de crudo de los países emergentes como China, a quienes, que, como hasta hace poco ocurría con Occidente, no parece interesar demasiado el record saudí en materia de derechos humanos.

Con el desenlace de la guerra de Irak, en la que los norteamericanos hicieron una vez más el papel de aprendices de brujo, el gobierno de Riad se siente cada vez más rodeado por una media luna chií, que va desde Teherán hasta Beirut, pasando por Bagdad y Damasco.

Habría que incluir además en ese hipotético eje a algunas poblaciones del Este de la propia Arabia Saudí, de Bahrein y del Yemen, país este último donde ha intervenido militarmente Riad con un resultado más que desastroso para todos, empezando por la propia población local.

Se dice que la creación de la nueva alianza militar hay que inscribirla en la lucha por el poder entre varios príncipes de la monarquía saudí y de la política más activa que desarrolla el nuevo rey Salmán. Es posible e incluso muy probable.

Al final, como señalaba el profesor Ibrahim Wade, de la Universidad de Tufts (EEUU), lo que continuará sin duda será «la fuga guerrera hacia delante», lo que alegrará a los vendedores de armas de todos los países, comenzando por Estados Unidos, Francia y otros.