Hay quien satanizó el bipartidismo. Con un parlamento fragmentado, sostenían estos teóricos de la política, se fomentaría el pacto previo ejercicio del sacrosanto consenso, que adquirió proporciones míticas durante la Santa Transición. Muchos partidos diluyen la mayoría absoluta y el que gobierna, al no tener más de 176 escaños, no puede imponer ni recurrir por sistema al real decreto-ley tan caro para nuestros políticos una vez pisan las mullidas alfombras de Moncloa. Pues hete aquí que ahora lo que ha salido del 20-D es un parlamento fragmentado cuyos partidos habrán de usar el consenso para que este país tenga algo parecido a la estabilidad y pueda ser gobernado. Podemos ha trazado sus líneas rojas, Ciudadanos dice que no apoyará un gobierno de perdedores, el PSOE trata de sacudirse los distintos abrazos del oso que recibe a izquierda y derecha y el PP aspira a gobernar con una mayoría minoritaria que a Aznar le parecería irrisoria si no fuera porque él ha contribuido activamente a torpedear la acción de gobierno de su partido los últimos cuatro años. Ahora, dicen otros teóricos que adoran el bipartidismo, entramos a un escenario italianizado -por la eterna inestabilidad de los próceres romanos para formar gobierno hasta que Renzi les ató los machos- y esta fragmentación es un suicidio político, dado que a los cuatro partidos con opciones de formar gobierno o, al menos, de formar parte de uno, hay que sumar las opciones independentistas y ultranacionalistas que pululan por esos escaños altos que nunca salen en las crónicas de la tele. Pero, a mi modo de ver, se yerra mucho en los análisis porque aquí el quid de la cuestión es si hay hombres y mujeres de Estado en ese Congreso de los Diputados tan bonito que hemos parido entre todos. ¿Quedan grandes componedores como Adolfo Suárez, capaces de menguar sus aspiraciones y renunciar a algunas de sus posiciones con tal de que el país avance y pueda ser gobernado y gobernable? ¿Es que sólo saben hablar de líneas rojas y nadie lo hace de las verdes? ¿Es que estamos condenados a la ineptitud por los siglos de los siglos? De aquí solo nos saca un ejercicio de consenso, de esos que hay que creerse. Cuando los españoles nos hemos puesto a consensuar, fuimos la leche. Ahora se pide un poco de eso y eso, como digo, es trabajo de los cuatro grandes partidos de la Cámara Baja. Consenso con sentido, con altura de miras, con el pacto por bandera para avanzar, sin revolución pero con reforma. Aquí es donde tienen que retratarse todos. A ver si los del cambio son más de lo mismo o algo diferente a lo que había. A ver si Rajoy y Sánchez están a la altura. A ver.