El madridismo corre el chascarrillo entre irónico y fatal de que «éramos pocos y parió la abuela». Y es que, para asombro de propios y ajenos, Mourinho vuelve por Navidad. Por increíble que parezca, es una posibilidad apuntada desde el propio club.

Muy mal verá el asunto Pérez para sopesar siquiera tal desmán, por mucho que esa legión extranjera que es su vestuario eche chispas. Zidane, prudente, se ha ladeado de la primera línea de fuego, y también algunos madridistas de postín como Hierro o Raúl, que de haber hecho oídos a las sirenas que les sondeaban por parte del «capo di tutti» blanco le podían haber supuesto unos escudos potentes ante lo que se le viene encima. Don Florentino vivió en sus carnes una situación parecida en 2006 y cogió el olivo para que no le pillara el toro, y ahora afronta un incendio que amenaza con un nuevo año ayuno de títulos. Cosechó dos ligas y una Champions en los tres primeros años de su anterior etapa, los mejores de toda su gestión tanto deportiva como económicamente, con gran parte de la plantilla heredada con Del Bosque; y después vinieron otros tres de frustración que originaron la huida. Ahora ha batido su record negativo: una Liga y una Champions en seis años, con el consuelo de una Copa del Rey por medio, y lleva camino de superar ese récord y el de la larga historia blanca: siete años sin ganar la Liga.

La gravedad de esta vuelta de la burra al trigo es que entonces se fue con nocturnidad, sin pitos y sin ver un pañuelo blanco vuelto hacia el palco del Bernabéu, y ahora empiezan a ser clamor aunque parte de ellos utilicen el ámbar para distinguirse. Hay un movimiento creciente de desafección al presidente, cosa inaudita en sus mandatos, y eso es lo único que puede echarlo de su territorio de caza: el ampliado palco del coliseo blanco; el lugar donde reina y en el que sus eficaces segundos cazan cuantas piezas de plata les pone el jefe a tiro porque él se reserva el oro de las de catorce puntas.

Como avezado empresario, se preocupa de conocer lo que piensa su parroquia mediante encuestas periódicas, y con esos fundamentos preside, al margen de sus nefastos devaneos técnicos. Hemos reseñado tanto su brillantez personal como su honesta distancia de las arcas del Madrid, de la misma forma que reiteramos que es el peor de su historia en cuanto a resultados deportivos; solo hay que repasar sus años en el cargo y los títulos, sin relacionarlos con el gasto en futbolistas, que entonces sería escandaloso. Otra cosa es si alguna de tales inversiones resultaron productivas fuera del campo, que algunas sin ninguna duda, pero en conjunto son un despilfarro. De los fichajes rentables podríamos citar a Beckham y de los ruinosos a Kaká, aunque ninguno aportara éxito deportivo. Sus luces fueron Figo, Zidane y el brasileño Ronaldo, porque a Cristiano lo fichó Calderón; y de sus sombras aburre hasta nombrarlos. Como sostenemos, Pérez ha travestido deportivamente al Real Madrid de lo que antaño fue el Barça, con la connivencia de gran parte de la afición merengue, eso sí, a la que tiene abducida para pasmo e indignación de otros madridistas: los nombres más rutilantes en el campo y en el banquillo, y el máximo rival a chupar trofeos.

Ahora anuncian a Mourinho, que no es nuevo en esta plaza. Recordando sus recurrentes broncas, los taurinos diríamos que si al menos atesorara el arte de Curro, Paula, Morante o de nuestro legendario Cascales, tendría pase, pero no deja de ser un tosco lidiador, con capa y muleta más de percal que de seda, que corta orejas chufleteras y deja un erial a su paso.

Algunos futboleros andan diciendo «cuerpo a tierra, que viene Mourinho» y otros se descojonan de risa, principalmente por territorio culé.

De momento, la suerte blanca es que el Atlético de Simeone sigue empeñado en hacer partidos pequeños contra modestos, lo que deja opciones para la segunda plaza. La primera tiene dueño, si sigue disfrutando el Barça del lujo vigente de los Iniesta, Busquets, Messi, Suárez, Neymar, etc. Verles jugar, al margen de colores, es una gozada, e inevitable comparar su juego con el de Guardiola, aunque hay notables diferencias. Son más directos, pero a Luis Enrique le han fichado figuras y el catalán hubo de imaginarlas y reinventarlas, propiciando de paso éxitos a España.