Les ruego discreción, pues temo seriamente por la vida del prófugo. Es un milagro que sobreviviese al ataque atroz que sufrió hace un lustro, y desde entonces solamente su existencia anodina y discreta le mantiene en el anonimato y garantiza su salvación. Pero he observado ciertos síntomas en él que presagian que va a abandonar su escondite para señalarse peligrosamente, con un fulgor que suponga su sentencia de muerte.

Verán, se trata de un almendro que crecía en la vecindad del centro de transformación que Endesa tiene en mi calle. Hace tiempo que fue talado en su base, tras ser marcado como chivo expiatorio de un inoportuno corte de luz, y sin embargo del tocón resultante nació un hijuelo que con el tiempo ha ido adquiriendo un porte atormentado. Persevera con la determinación que muestran los seres vivos que se desarrollan en libertad, pero su presencia vulnera todas las especificaciones del Plan municipal de gestión del arbolado urbano, manteniéndose ajeno a medidas y servidumbres; y seguramente incumple también el reglamento de la empresa suministradora de electricidad. Pero ahora sus ramas desnudas se han cubierto de mil yemas blancas que anuncian la inminente floración temprana de los almendros más meridionales, y pronto dejarán de pasar desapercibidas para comenzar a atraer todas las miradas sobre el hasta ayer desvencijado arbusto. Incluidas las de aquéllos que interpreten el crecimiento del espécimen como una amenaza para el orden público. Sólo queda pues confiar en la impermeabilidad ante la belleza del ser humano moderno para que se mantenga el camuflaje del almendro de mi calle.

Por favor, guarden el secreto. No habrá indulto para el prófugo la próxima vez.