Ningún gesto abarca toda la extensión del afecto como el de un abrazo cruzado. Dos cuerpos erguidos en blanco que de repente conectan, se escriben en la espalda y se sellan en una firma. En los días antiguos la conciencia de un abrazo era más importante que las palabras. La amistad, el amor, la victoria, la derrota, la deuda, se expresaban con un gesto que durante siglos fue la verdadera rúbrica a pie de las cartas. En público era más notorio: estrechar las emociones como una metáfora vestida del beso desnudo. Nada tan perfecto y noble. La misma perfección de una trampa disfrazada. Siempre tuvo el abrazo una doble cara. La del amor y la del combate. La Historia certifica su pureza y sus disfraces. También la pintura es el espejo de su grandeza, de su lujuria, de su ternura y de sus batallas. Recordemos por el final la Dafne en árbol huyendo de Apolo de Cornelius de Vos o La rendición de Breda de Velázquez; a Madame Vigée-Lebrun y su hija pintada por Elizabeth Vigée-Lebrum y Madre e hijo de Picasso; La Venus de Rodin y Los amantes de Schiele hasta la plenitud de La Primavera de Boticelli. Magníficas escenas cargadas de sentimientos y emociones. Claroscuros y color que expresan los brazos, el perfil, los rostros. La expresión corporal del abrazo. Su fluidez y su mensaje abrigando el frío del dolor, reconciliando un desencuentro, escondiendo la sospecha de un beso contenido, ungiendo en la espalda la sombra de una traición.

Hay otros cuadros que podrían haberse convertido en chapas de protesta y utopía para defender en la solapa de una chaqueta. Gente abrazándose. En ocres como la pana zurcida de la soledad, del miedo y del combate. Jubilosos hombres y mujeres en movimiento, sin volver atrás la mirada, buscándose en una celebración contra la orfandad y la quejumbre. Un cuadro entre Goya, el Greco y Velázquez, la multitud en la calle convertida en colectivo humano inaugurando un tiempo en el que un abrazo significase la reconciliación nacional. La unión en el cambio. Lo pintó en 1976 Juan Genovés. Un artista comprometido, sin saber que enseguida su pintura seria un poster de estudiante en una pared bajo la que hacer el amor y la revolución. El abrazo, el Guernica, el Ché, de fondo Abre la muralla de Nicolás Guillén y Gracias a la vida en las voces de Violeta Parra y Quilapayún. Cromos de vinilo y guitarra de una época que no imaginaba la rapiña de los años, la desmemoria de la concordia, la indefensión de la palabra, la ética abolida.

Fue el Abrazo un icono plástico enarbolado en las primeras manifestaciones a favor de la amnistía. La galería Marlborough lo vendió a un coleccionista norteamericano y unos años después lo reclamó el poder de la democracia. Siempre tuvo y tendrá la política mala conciencia de no saber defender la esperanza que rápidamente emborronó y de no haber incorporado aquel cuadro como emblema pictórico de la Transición. Hace unos días el Museo Reina Sofía acordó ceder la pintura de Genovés a la Cámara Baja por un periodo de tres años renovables. La restitución institucional del famoso cuadro popular hay que agradecérsela a Izquierda Unida, que desde 2003 lo propuso como metáfora de la Transición y al propio Congreso de los Diputados. Las gestiones han durado más de diez años. El trámite lento y oscuro de la burocracia que todo lo frustra y lo convierte en fantasma. El día de la entrega, su autor recordó emocionado que su obra sucedió en otro tiempo, aunque "siempre es tiempo de los abrazos, a pesar de que los suyos han estado treinta años en un sótano y ahora la gente no está tanto por abrazarse".

Las investigaciones del antropólogo Desmond Morris demostraron que los países mediterráneos y africanos pertenecen a culturas de contacto, y que por los norteamericanos, escandinavos, anglosajones y asiáticos pertenecen a culturas de no contacto. Algunos de sus estudios, realizados en lugares públicos, describían que si una pareja finlandesa pasa, por ejemplo, una hora en una cafetería, las probabilidades de que se toquen, se acaricien o se besen son extremadamente menores que las de una pareja francesa o española. Algo de cierto, aunque no tanto en la época que ocupamos, tiene este estudio del siglo pasado. Lo que resulta innegable es que el , en la cultura mediterránea, forma parte del ritual de la política. Con ese gesto se consigue una elector. Los políticos son conscientes de los beneficios que tiene esta y en campaña electoral sustituyen el protocolario apretón de manos por los abrazos. Su autenticidad o engaño tiene mucho que ver con el carisma del político porque el carisma es la emoción de quien está contento consigo mismo, y eso se transmite. Lo mismo que su disponibilidad al acuerdo o la transparencia de su cinismo. Se nota mucho en estos días donde Artur Más no ha dejado de subastar su afecto para alcanzar la presidencia de un proceso independentista, que finalmente encabezará el alcalde de Girona después de un desesperado abrazo entre JxSí y la CUP. Y la lógica reticencia del PSOE a entregarse al abrazo del oso con el PP. Más que abrazos se llevan los besos de Judas y la arrogancia de darse la espalda.

Kostenlose Umarmungen en alemán. Ilmaisia haleja en finés. Ñañua Rei en guaraní. Inyambirano k´ubuntu en kirundí. ?????????? ??????? en ruso. Senpagaj Brakumadoj en esperanto. Abrazos gratis en español. Desde que Juan Mann lo popularizó en Australia en 2004 este Movimiento divulga en cualquier plaza de cualquier ciudad la conveniencia de un gesto de contacto que libera el estrés y la ansiedad, y crea una especie de confianza en nosotros mismos. Vivimos tiempos iracundos, momentos resbaladizos, mentiras con las que rehacer muchas verdades desgarradas. Podemos tener más motivos. En cualquier caso nunca viene mal liberar la oxitocina que mejora el estado de ánimo al mismo tiempo que reduce los sentimientos de enojo y apatía.

Suficiente para no sentirnos demasiado solos por ser apátridas de la codicia, de la arrogancia, de la exclusión y de la hipocresía. Seamos generosos. El afecto es vida. Regalémonos un genovés.

*Guillermo Busutil es escritor y periodista

www.guillermobusutil.com