Está la cosa calentita en Cataluña. Presidentes de la Generalitat a parte, esta semana se ha hablado lo mismo e incluso más del convulso derbi catalán en los octavos de final de la Copa del Rey entre el Barcelona y el Espanyol. Trascendiendo lo deportivo, la eliminatoria ha llegado a salpicar a Shakira, Ada Colau y, si me apuran, también a Kevin Roldán. El asunto se resume muy rápidamente. El Espanyol cose a patadas al Barça en el partido de Liga y consigue empatarle a cero. El Barcelona le mete cuatro al Espanyol en la ida de la Copa con pique de Luis Suárez con Pau López, con pisotón y pique del propio Pau con Messi, con pique en los vestuarios de ambos equipos y con Piqué, claro, que no se le ocurrió otra cosa que dedicarle algún tirito a la afición periquita al concluir el partido. Y claro, el partido de vuelta. Un numerito con victoria del Barcelona, Piqué de relax en el banquillo y festival de pancartas en la grada del tipo «Shakira es de todos», «Pau, tu pie nos marca el camino» y el resto que seguramente habrán visto esta semana y que, salvando el pasote de la primera, el resto son hasta graciosas. De todo este mamoneo, si quitásemos la enésima metedura de pata del central del Barcelona -«es que yo soy así», aseguraba Gerard en rueda de prensa de hace unos meses entre risotadas- y el altavoz distorsionador de los medios de comunicación, los tres derbis no han dejado de ser derbis. Que levante la mano quien, en cualquier pachanga entre amigos, no le ha dicho a su portero rival «tres goles como tres soles te hemos metido» -siendo finos-, o en qué partido no le han dado al mejor de la clase hasta en el carnet de identidad para después, tras el pitido final, compartir mesa y cerveza de buen rollo. Demasiado ruido por el triple enfrentamiento barcelonés, que volverá a resonar en la segunda vuelta de la Liga, y mientras el nuevo president Carles Puigdemont, demasiado tranquilo en el palco de Cornellá, pensando en la hoja de ruta hacia la independencia. Eso, eso sí que es violencia.