Cuentan que una vez alguien le preguntó una cosa a De la Torre y obtuvo una respuesta rápida y sin titubeos. De la que no se desdijo horas después. Fue un extraño sucedido, una raya en el agua, un acontecer inopinado. Los más viejos del lugar lo recuerdan y procuran que tal cosa que aconteciera en tiempo lejano no se pierda para futuras generaciones. Los malagueños tienen derecho a saber que hubo una vez, y aunque sea leyenda nos gusta pensar que fue cierto, una vez, decimos, que el alcalde opinó sobre una cosa y no cambió. No permutó. No hizo el veleta, ni actuó como los estafermos, ni disimuló su verdadero parecer para hacer luego lo que le diera la gana.

La gana. Qué gran concepto. Tampoco sabemos cómo funciona en la mente del regidor. El alcalde no hace las cosas como le da la gana, sencillamente porque a veces -casi siempre- la misma cosa le da un tipo de ganas o le da otras o no le da ninguna. El aún alcalde quiere llevar el metro al PTA porque le da la gana ahora, dado que le dio la gana de llevarlo al Civil antes, pero antes de eso le dio la gana de decir lo contrario de lo que dijera la Junta, dado que se descubrió a sí mismo diciendo una vez lo mismo que la Junta. Si usted ya se ha perdido no es torpe. Tampoco es causa de mi oscura prosa y torpón proceder escasamente sincopado (que pudiera ser, no obstante). No, lo que pasa es que con el alcalde no se aclara ni Dios. Y Jesucristo, los días impares. Muchas ganas, muchas opiniones, muchas contradicciones y poco metro. Qué coñazo. Piensen en lo mucho que ha avanzado Málaga en los últimos años. En gran parte gracias a De la Torre y a su capacidad de trabajo. Pues piensen ahora lo que podría haber avanzado si De la Torre fuese un hombre deciso. A lo mejor el concepto-palabro no existe porque los hombres son todos indecisos. Qué hubiera sido de nosotros malagueñitos de a pie o moto si De la Torre tuviera claras las cosas. Como poco habríamos ganado un tiempo precioso. Años tal vez. Y no me refiero solo al metro.

La volubilidad no es tan mala. Los dogmatismos son perniciosos. No hay gente más odiosa que la que profesa una sola idea. Bueno, y que su único afán sea endosártela. No es el caso del alcalde. Pero de ahí al mareante cambio de opinión va un trecho. Más opiniones que minutos. Metro si, metro, no. Ora al Civil, ora al PTA. Que el alcalde nos coja confesados. O que nos confiese a todos. Bueno, eso no, que trataría de contentarnos a todos y todo se haría imposible. Por lo civil o por lo PTA.