Es cuestión de tiempo que alguien con tres gramos de sensatez quite de en medio a Mariló Montero. Por dignidad, por respeto a la audiencia. Y no lo digo por ella en su mismidad mortal, por la tipa que camina por el plató con las tetas levantadas, siempre a punto de disparar, como su gloriosa cabeza, que le dicta a su lengua idioteces que no pasan ningún filtro, no, no es sólo porque la reina de la imprudencia y la mediocridad esté más quemada que el prestigio de Carlos Lozano, es por el programa en sí, es por un Las mañanas de La 1 acartonado, para flipar como un pensionista de Rajoy al que Fátima Báñez, la cara de cemento armado, le hace mandar una carta con la buena nueva de que su pensión, por la gracia de la virgen del Rocío, ha subido la mareante cantidad de un euro, es por el hedor a televisión que desprenden los orines que día tras día se van encharcando en el plató sin que ni la lejía a chorros reduzca ese sofoco de urea matinal, es por un programa cansino, repetido, quieto como una tele pública en un declive que ya se hace insoportable, inasumible, es porque si te coges los vídeos sobre asuntos tan punteros como la tensión, el colesterol, la diabetes y sus consecuencias, el sedentarismo, los efectos de la dieta, o la incontinencia urinaria que se hacían cuando el dinosaurio Manuel Torreiglesias empezó en 1997, acabando con Saber vivir en 2009, antes de que fuese el doctor Luis Gutiérrez el que siguiera con la matraca, pues bien, si tienes tan acusado tu sentido del humor y comparas los vídeos sobre esos asuntos con los que se nutre el gazpacho de La mañana de La 1 de hoy resulta que es como si vieras la foto del hermano gemelo. Los adornos que le echan al programa, como la tertulia llamada de actualidad, como la columnilla que dice a cámara «el maestro Fernando Ónega», o como la sección del boquerón Fernando Ramos, sólo acusan el despropósito y el caos.

Soberbia y del PP

Me paro en él tres líneas. Se supone que por ser andaluz ha de ser saleroso. Y cada día, como guionista que es -trabajó con Sardá en Crónicas marcianas, con Herrera, José María García y Juan Ramón Lucas en la radio- ha de hacer sus gracias. O así me lo parece a mí. Pero o me equivoco, o la gracia de su sección es un misterio que no hallo por parte alguna. Me recuerda al humor, o lo que fuera aquello, de un soso muy notable que sacaban en Lo + plus, Ramón Arangüena, que en gloria catódica esté. Decían que hacía humor surrealista e ingenuo. Yo no lo pillaba. Con Fernando Ramos, igual. No me cosco. Se me queda cara de lelo, ese gesto congelado, de frente arrugada y ojos abiertos que te da mucha vergüenza y que deseas que aquello termine pronto. Qué apuro. Digo esto porque la sección de Fernando Ramos simboliza el todo, un todo cuya cabeza de cartel es la señora Montero, de probada ignorancia, soberbia, y palurda. Y del PP. Claro que si su jefe máximo, el director general de RTVE, José Antonio Sánchez, tuvo la tranquila desfachatez de publicar que era votante del PP -nada que objetar siempre que no influya en sus decisiones, que no es el caso- ella no va a ser menos, y lo deja claro cada vez que abre el pico. La última escena tuvo lugar hace unos programas, cuando la gran estulta entrevistaba a la diputada socialista María González Veracruz. No sólo le advierte de los peligros de pactar con Podemos sino que le pide al PSOE que revise su negativa a pactar con el PP por los casos de corrupción viendo «las fechas de caducidad de esos asuntos de corrupción y las fechas de cuándo han sido cometidos», es decir, que si ya hace tiempo, tronca, pelillos a la mar. Esta pájara siempre tuvo la lengua suelta, pero ahora parece que ha perdido toda compostura, chula y prepotente, dando por hecho que si hay un cambio de gobierno a ella le quedan cuatro gilipolleces que soltar.

Gora mi j-eta

Era cuestión de tiempo que TVE, de nuevo, intentara levantar sus tardes, más perdidas que la defensa de Iñaki Urdagarin. Pero era cuestión de tiempo que si su apuesta se llama Cuestión de tiempo, presenta la cosa Patricia Gaztañaga, y la cosa es como es, el fracaso es de primero de parvulitos. Verán. Vemos a Patricia Gaztañaga caminando por la calle con una caja y, oh, de repente encuentra a Jaime -primer programa-, al que le da «la caja del tiempo» para que meta en ella lo que quiera. Jaime decide meter una foto para entregársela a su mujer, Tamara, una foto de cuando eran jóvenes y ella aún no tenía la tremenda enfermedad que sufrió. Tranquilo, tranquilo, le dice Patricia a Jaime, pero no deja de meterle el dedito en el corazón, coño, a ver si lloras de una puta vez, tío. Bingo. El hombre se viene abajo. La escena de la entrega de la caja no tiene desperdicio y está a la altura del folletín. Cuando la caja se abre y ella ve la foto llora como una cría, pero él aparece por detrás y se funden en un abrazo de amores anónimos exhibidos ante los focos. Pura pornografía sentimental. Gente corriente en manos de comerciantes que atan sus reacciones bajo las leyes del sentimentalismo barato. Pura basura. Impropia de la tele pública. La audiencia ha reaccionado como merece esta treta cursi y llorona, con un escaso 4% de audiencia. Es cuestión de tiempo que Cuestión de tiempo salga de la programación de las tardes de La 1 con el rabo, una secuoya como una olla, entre las patas. Y de repente irrumpe Mariano Rajoy El Decidido. Esto se acabó, dice. ¿Habla del programa? ¿El programa, qué programa? Habla el Campeón contra la Corrupción. Esto se acabó y aquí no se pasa por ninguna -es su peculiar manera de construir frases-. Y en diciendo esto en el minuto cinco, segundos después blindaba a Rita Barberá como aforada colocándola en la Diputación Permanente del Senado, o sea, protegida aunque se adelanten las elecciones. Era cuestión de tiempo que el PP, con Rajoy a la cabeza, se pasara la promesa de luchar contra la corrupción como un titiritero defiende la ficción al grito de «gora mi j-eta». O mi chancl-eta. O mi carp-eta, qué puñ-eta.

La guinda

Irregular

Había expectación, y la audiencia respondió. Buscando el norte, que Antena 3 estrenó el miércoles, alcanzó 3.466.000 espectadores. Se impuso a Telecinco, que volvió a emitir Ocho apellidos vascos para desactivar el estreno de la serie. Con altibajos, cargada de tópicos, tuvo momentos de brillantez. Bastante regular Antonio Velázquez. Contrasta la actuación de Belén Cuesta, que brilla en cada plano. Seguiremos atentos.