Hoy, día de los enamorados para los más previsibles y entregados a la causa kitch, los desenamorados hacen mutis por el foro. Hoy los enamorados (esos enamorados que necesitan estímulos externos para reconocer sus oleajes internos) se regalarán flores, perfumes, cenas románticas, viajes, bombones o noches tórridas mientras los desenamorados, desterrados de la faz de la tierra por los ejércitos de la publicidad y el folletín, harán el enésimo repaso a sus culpas, errores, desatenciones, desencuentros o traiciones. Hoy los enamorados, todo ojos como platos y manos anhelantes, bailarán a la luz de las velas sin atender esas sombras vacilantes que les acechan desde las cortinas o las ventanas y que les dibujan a ellos mismos, a los desenamorados que llegarán a ser el uno para el otro, unos días o semanas o meses más adelante.

El prestigio que da estar enamorado se ha exagerado hasta la saciedad. Parece que tenemos, cada uno de nosotros sin excepción, la obligación de enamorarnos porque sin esta experiencia de arrobo o embeleso a dos, al parecer, nuestra identidad no es sólida ni verdadera (con la de trastornos que eso puede provocar), nuestro yo social se resquebraja (y entonces ya no es fiable) y nuestra moral productiva (no la que atiende a un bien supremo sino la que trata el bien como un objeto más de consumo) se estanca y nos vuelve estériles e innecesarios. Es por esto por lo que hemos banalizado el amor y lo que gira a su alrededor: necesitamos un amor de mínimos que no ponga en peligro la cuenta de resultados sentimental y económica, que es eso, y no la felicidad de quienes lo practican, lo que es de verdad relevante. El amor de máximos (léase a los poetas mejores de casi todas las épocas, véanse ciertas películas intransigentes con la esquematización raquítica en la que incurren la mayoría, recuérdense algunas novelas hondas) excluye, de entrada, a vagos, superficiales, timoratos, ramplones, cursis, zafios, aburguesados y tontos, es decir, a buena parte de la humanidad.

Frente a eso el desamor puede entenderse como una especie de crítica en acto a la general estupidización del mundo. Y los desenamorados ser, en este contexto, los abanderados de otro modo de entender la realidad real, la cotidiana, y la realidad de las relaciones afectivas, en las que incluirían, desde el primer minuto, la posibilidad (incluso la necesidad) de la ruptura futura para darle otro sentido y disfrutar de otras intensidades más genuinas y acordes con la naturaleza del alma y los latidos del corazón. Ser un desenamorado desculpabilizado, orgulloso y consciente mientras se sigue siendo un enamorado gozoso y puro, y al revés, es parte del secreto para que el misterio funcione, y no sólo a niveles de escombrera emocional por muy adornada que esté con lazos rojos, música pegadiza y frases de calendario.

Los desenamorados no tienen su día ni falta que les hace. Su día es todos los días, su hora es todas las horas. Son legión. Son bastantes más que los enamorados en falso sumados a los enamorados de verdad y sumados estos a los enamorados que ni fu ni fa. Los desenamorados gobiernan este planeta, quizás sin saberlo ellos mismos, y, sin embargo, los relegamos al olvido, los abandonamos en la cuneta de los discursos, los menospreciamos como grupo y como concepto. Son ellos los que consiguen que el cuerpo funcione como cuerpo y que las palabras funcionen como palabras y que el sol y el resto de las estrellas funcionen como sol y estrellas. ¿Cuándo nos daremos cuenta de esto?