El universo trina. Con un campanilleo fibroso, como descrito con abulia por John Cage. Antes estas cosas no ocurrían. Con Dios y con Haendel y con Holst los cuerpos astrales sonaban mejor. Quizá por eso llegaron desde Málaga los pelmas de los tambores y de las cornetas, que a la ciencia, aunque sea en comisión de servicio, hay que dar siempre algo malo a cambio para compensar. A Einstein le han pillado en su hoja de cálculos y le han hecho un politono, quizá para después del Candy Crush, cuando se pone tonta la sesión. Esto del universo es una frivolidad. Por eso hay que estar más con Esperanza Aguirre, la única persona que se da a la fuga mientras le escriben la minuta y se va de los sitios como si realmente nunca hubiera pasado por allí. «Marcho, que yo soy santa, y no me mancho». Hombre. Sólo falta que hasta el cajero automático le saliera rana y del área metropolitana y del partido y se hubiera puesto a mangar también. Lo que hace esta señora es hacer que pase por virtuoso lo que constituye una necesidad moral y casi judicial. Por ahí llega nuestra Celia, pide pista y dice que lo de la corrupción es anécdota. Por eso tiene ya más nombres y del PP que un cruce entre un decano del Opus y un heterónimo de Froilán. Salen los albaranes de los de Valencia. Un almuerzo para trece a cuenta de contribuyente por 1.500 euros. «¿Pero qué carajo come esta gente?», se pregunta en el periódico mi colega Matías Stuber, que es medio bávaro y de dos metros y sabe mucho de estas cosas de comer. El pecado imperdonable de España no ha sido nunca la corrupción, sino ser genuinamente hortera. Y en eso a todos nos da lecciones desde la balconada la señora Rita Barberá. En la historia del cristianismo existen dos pecados que resultan singularmente fascinantes en su delicadeza y amplitud. Uno es el de la acedía, que es toda una delicia espiritual, y el otro, por supuesto, el de la contrición. Se peca, claro, porque para eso se es ateo y se vive, pero hay que estar muy loco para no saber que se está delinquiendo y, además, con los cuartos del personal. ¿Pensaba Rita que volar en primera para el entierro de Fraga y con dinero público no es un acto deshonroso? ¿Rato al pasárselo pipa con las tarjetas Black? ¿Urdangarín con las comisiones? Lo más sabio de todo, como es lógico, viene siempre en el sumario del Malaya y lo dice Sandokán. «Me aprobó aquello y yo les hice un polideportivo. ¿Qué problema ahí?». Y así.