Estos días se habla y se escribe profusamente sobre la sentencia del Tribunal Supremo que avala definitivamente que los terrenos sobre los que se construyó el hotel El Algarrobico son un área protegida, lo que supone la ilegalidad de lo construido.

Ya se ha escrito casi todo sobre este asunto. Hay, sin embargo, una imagen grabada en mi mente: la fotografía del hotel que aparece en la prensa. Sobre su significación les escribo ahora. No sé si ustedes la han visto. Esa mole blanca resaltando sobre el paisaje, con sus grúas enhiestas y como contraste el paisaje salvaje del poniente almeriense. La desnudez de la imagen es descarnadamente pornográfica y a la vez la edificación, símbolo del pecado inmobiliario, es un vestido que cubre la naturaleza, a imagen y semejanza del vestido que cubría a Adán y Eva en la expulsión del paraíso. El hotel, como una atrevida actriz porno, se exhibe sin misterios, trasparente, obsceno, flirtea con los que lo miran. Su obscenidad es el resultado de la violencia ecológica que explota ese paraje salvaje. Esa obscenidad carga de valor de exhibición a la imagen y hace perder la expresividad al paraje y al paisaje. Se trata de que con la violencia de la imagen sea asumida la explotación de la naturaleza. El hotel se ofrece impúdico a los turistas porque el voyerismo alimenta las redes. Busca su propio fin sin rodeos: el (ab)uso de la naturaleza sin velos, pornográfico, sexual, para la generación de beneficio económico.

El hotel quería ponerse manos a la obra, pero fue derribado en su finalidad. Va a ser demolido. Esta demolición adquirirá carácter de nueva consagración, de limpieza del pecado original cometido. Se trata de restituir la gracia al paisaje. De hacer el paraje otra vez un templo. De recuperar la historia, la memoria, la identidad de ese mundo. Se trata de que el peregrino vuelva a recorrer sus caminos, de recuperar el rostro femenino del paraje y de abandonar la faz masculina. Se trata de enterrar la pornografía para que vuelva la magia del paisaje, el erotismo de ese paraje, de devolver a la tierra su naturaleza cerrada y su valor de culto.

Ya sé que mi profesor de comunicación me reprenderá por este artículo, denso, críptico, pero la comunicación me agota y ocasionalmente tengo necesidad de volver a este estilo abstraído e introspectivo que busca la reflexión sobre aspectos menos mundanos. Espero no haberles aburrido. Hasta el próximo miércoles.