De todos es sabido que no hay peor entendedor que quien no quiere escuchar, y en eso anda nuestro Congreso de los Diputados, en un esfuerzo partidista sin precedentes por imponer su voz en este galimatías de azules, naranjas, rojos y violáceos. Unos con el látigo y otros en plan rabdofílico.

Y mientras esto ocurre en España resulta que mis adorados chinos construyen en la provincia de Guizhou el mayor radiotelescopio del mundo para registrar signos de vida extraterrestre a través de la captación de sonidos alienígenos que pudieran vagar a la deriva por el universo, es decir, tras el realojo de ubicaciones en el hemiciclo y multitud de reuniones estériles resulta que los que están sentados codo con codo se hablan pero no se entienden y a la vez pretendemos relacionarnos en lenguas ininteligibles con seres ubicados a tropecientos kilómetros. Todo un monumento al sinsentido que es la raza humana.

Ante esta verborrea política con visos de transparencia comentaba Jose María de Loma que a este paso va a desaparecer la expresión «entre bambalinas», y no le falta razón. La cuestión es saber si una vez alcanzado el pacto los charlatanes volverán a enmudecer parapetándose entre las sombras o si ya cogido el gusto continuarán la inercia hacia el diálogo cristalino y, como la niña de Poltergeist, irán hacia la luz. Yo por mi parte lo tengo claro, una vez firmado el acuerdo y otorgada licencia de primera ocupación a la flamante Babel ideológica no habrá que ser adivino para saber que estos bobalicones volverán a tocarnos lo que rima, y los cursis lo llamarán fiesta de la democracia. Tiempo al tiempo.

Esto me recuerda el chiste del padre y el hijo que están labrando junto a un arcén cuando un guiri aparca el Jaguar para preguntarles algo. A la vista de que no entienden inglés el extranjero lo intenta en francés, alemán, e italiano con el mismo resultado y se va desesperado. El hijo, pensativo, comenta lo importantes que son los idiomas, y el padre le responde: ji, pa lo que le han jervio.

Y es que los idiomas tienen su puntito, o si no que se lo digan a la falsa intérprete acusada de pertenecer al CNI y revelar secretos de la Audiencia Nacional al mencionado centro de inteligencia. Por lo visto la gachí traducía a los detenidos en causas de interés nacional y con las mismas cogía la puerta y se convertía en Violetta Valery cantando La Traviata ante los espías. Un topo a la española.

Luego están los que padecen diarrea verbal porque dominan todas lenguas menos la suya, esos que fueron genéticamente diseñados sin filtro entre el cerebro y la boca, los que viven eternamente condenados como esclavos de sus palabras. De esos hay todos los que quieran, de hecho, los más habilidosos o pertinaces son ascendidos a tertulianos y los más locuaces son premiados con una portavocía parlamentaria.

Las palabras son para respetarlas, para amarlas y darles la importancia que merecen, y por eso hay que defenderlas como hizo Juan Gaitán en su columna del pasado viernes; porque pobre de aquel que las manosee y envilezca pensando que al desdecirse alcanzará el perdón. La amenaza, la calumnia, la injuria, la mentira y la promesa incumplida no tienen vuelta atrás.

Aún no sé quién formara gobierno, pero si los chinos consiguen su objetivo y a algún extraterrestre le da por acercarse a la Tierra nos va a pasar lo que decía aquél, que vamos a pasar mucha vergüenza cuando los invasores nos exijan que les llevemos ante nuestros líderes. De lo que hablen ya queda en un tercer plano. Quién sabe, a lo mejor se quedan en silencio y escuchan el eco de nuestras peticiones, que al fin y al cabo es lo único que importa.

Para colmo ayer alcanzó la libertad Arnaldo Otegui tras ser condenado por su amago de reconstruir Batasuna y lo primero que hizo fue subirse a un atril para atormentar los oídos de la paz con palabras huecas. Otegui se dirigió al respetable rodeado de simpatizantes como si fuera Nelson Mandela aquél 11 de febrero de 1990. Qué triste, qué insulto, qué ruido.