El ruido es soez, desagradable, hiriente y sucio. El ruido deslumbra, quema, amarga, apesta. El ruido es un golpe, una paliza, aturde, intimida, marea y fatiga. El ruido, es doloroso decirlo, nos inunda desde hace ya tanto tiempo que quizás no recordemos el último día de paz que alguna vez tuvimos, cómo era de clara la voz del silencio, cómo era de grato meditar y llegar a alguna conclusión no contaminada.

He puesto un disco de Eva Cassidy para intentar acallar el ruido, suavizarlo, atenuarlo en todo lo posible. Ahora mismo, mientras escribo, Eva está cantando Danny boy con todo el dolor y la ternura con la que puede cantar alguien que sabe que va a morir. Cuando las cosas son verdaderamente graves, me doy cuenta en este momento, no gritamos, porque lo irremediable no necesita ruido, sino intimidad. Ningún llanto es más triste ni más inconsolable que el llanto callado.

Pero España, que tanto hace llorar, es hoy un puro grito, un alboroto absurdo y estúpido, ensordecedor como las luces estridentes que tratan siempre de confundirnos en las ferias y verbenas, en las tómbolas.

En España todo hace ruido. Hacen ruido los pactos, los debates, las investiduras y los besos. En España hacen mucho ruido quienes más motivos tienen para el silencio, porque en España las razones se acallan a gritos y también a gritos se pregonan los engaños, las mentiras, las estafas, los timos. En España gritan los infantes consortes que nunca supieron de nada más que de pelotazos y en eso siguen. En España gritan los políticos a quienes se les sugirió que se entendieran, pero a gritos es imposible entenderse. En España todo escandaliza y todo es escándalo y sombras, eterno patio de Monipodio.

En España hacen ruido los síes y los noes, los afectos y los odios, los acuerdos y los desacuerdos, los respetos y los agravios. En España sigue haciendo ruido la Guerra Civil, que retorna en cada porfía con el ruido de la sangre que mancha las manos de los dos bandos, que es como decir las manos de todos, sin que hayamos encontrado la manera de cerrar esa herida que, podrida, supura y grita.

El ruido no para. Va a continuar estos días hasta desembocarnos, parece evidente ya, en unas nuevas elecciones para las que nadie parece haber hecho las cuentas del aburrimiento, del hartazgo, del empacho y el cansancio que llevan directos a la abstención. Porque si algo produce el ruido, esa agresión, es ganas de salir corriendo.