La Infanta ha dicho estar convencida de la inocencia de su marido. Lo ha dicho poniendo tanto amor y tono compungido que parecía protagonizar una telenovela. Con tanta pasión lo pronunció que el subtexto de la proclama bien podría ser: lo querría igual si fuese un bandido desalmado. No es frecuente que una infanta, cualquier infanta en el mundo, hable. Su tono de voz suele ser un misterio. Si acaso son más de dejarse ver solemnes en actos benéficos o acaso de proporcionar prudentes fotos de sus hijos en playas burguesas o fiestas infantiles de cumpleaños. Con una tarta. Una tarta de merengue muy grande. La infanta que habla de su marido pero no de sus negocios proyecta una imagen rancia de esposa: la que firma y deja hacer a su marido, que para eso es el hombre y el hombre es el que sabe. Sólo quiso contestar a las preguntas de su abogado, que es como si un equipo que quisiese ganar la Liga sólo quisiera jugar en su campo. Se niega a responder a las acusaciones y al resto de las defensas. «Mi marido nunca me habló de los ingresos», dice con ufanía no exenta de altivez. O sea, cariño, ¿cómo te ha ido en el trabajo? Bien, hoy hemos ganado... calla, calla, no me hables...

Está claro. Las conversaciones versaban sin duda en torno al apasionante mundo del balonmano, cuyo campeonato nacional avanza emocionante semana tras semana, dando mucho que hablar, generando un debate nacional de mucho alcance del que no deben ser ajenas las parejas bien avenidas cuando a la hora sagrada de la cena y, quizás, con una buena copa de vino, llega el tiempo de las felices y cálidas confidencias, sin duda, combustible para la consecución de la cotidiana felicidad a la que también tienen derecho los administradores de institutos Noos y las infantas del mundo conocido. Cristina de Borbón e Iñaki Urdangarin eran socios a pachas, o sea, al cincuenta por ciento, de Aizoon, que prestaba servicios de consultoría, que rima con palabrería. Dos cerebros, dos socios, dos firmas en las que sin embargo sólo hacía y deshacía uno. El día ocho se reanuda el juicio, día en el que comenzarán a largar y piar los testigos. La cosa es si todo destilará el mismo amor.