Pedro Sánchez no recurrió al argumento nuclear para reclamar la investidura del Congreso: «Vengo en nombre del rey». Sin necesidad de pronunciar estas palabras, los 350 diputados desprecian la procedencia regia del candidato. Nunca había ocurrido. Y si el socialista hubiera insinuado el patrocinio de Felipe VI, no habría conmovido un solo voto de su derrota mayúscula. En épocas no muy lejanas, esta desconsideración al monarca hubiera supuesto un crimen de lesa majestad, reprimido sin contemplaciones. Al colocarse hoy de espaldas a La Zarzuela, el Parlamento instaura la III República. La semilla se plantó cuando Mariano Rajoy rechazó la primera designación del jefe de Estado, anulando el artículo 99 de la Constitución.

El rey propone y el candidato expone. La Constitución utiliza los verbos proponer y exponer para describir la ceremonia. La propuesta del futuro presidente del Gobierno es la única tarea autónoma del monarca, que no es dueño de sus discursos ni de sus viajes. Si el Parlamento se carcajea del candidato regio, al que despedaza sin piedad en votaciones de escándalo, Felipe VI ha perdido su último resorte de poder. El aspirante propuesto ha expuesto sin éxito, el rey queda depuesto de su arbitraje. Los presidentes del Gobierno se autoproponen con el visado protocolario de la cámara, en la III República parlamentaria.

La buena noticia es que el Congreso ha vuelto, tras el cuatrienio absolutista de Rajoy. El jefe del Estado y el Gobierno quedan arrinconados, al igual que en cierto país sudamericano maduro y presente curiosamente en todas las plegarias del constitucionalismo español. Quienes vociferan la repetición de las elecciones, desean anular la preeminencia incómoda del Parlamento, que dificulta la adopción de decisiones favorables a sus intereses. Cuando la III República es irremediable, los reyes españoles deberán lamentar el arrinconamiento de sus efigies en el billetaje en euros, primer síntoma de la postergación. Al igual que sucede en Francia, la III República también tendrá intocables. Ya habrán visto que no se puede criticar a Felipe González, vuelve el pacto tácito sobre la monarquía cuyas secuelas se juzgan estos días en Mallorca.