Hoy no escribiré de turismo, porque prometí no hacerlo durante las grandes ferias turísticas. Y, precisamente hoy, España, Andalucía y Málaga están hueras de conocimiento turístico, porque toda la episteme turística patria está en Alemania velando armas en la ITB, que es la feria turística más alemana del mundo. Las élites de nuestras huestes de sabiduría turística están en Berlín, empujando, para que la maquina turística alemana nos provea de su materia prima turística. Alemania siempre ha sido una especie de bálsamo de Fierabrás que, en forma de epítema turística, actúa como ungüento protector del bien-être de nuestras cuentas de resultados. Cuando Alemania sufre anemia turística, malo...

La ITB es un magnífico escenario para que nuestra sabiduría desplazada a Alemania se haga querer, recordándoles a nuestros proveedores de turistas alemanes que «el español es serio, callado y veraz. Que pocos comerciantes hay en el mundo más honrados que los españoles». Tal que así lo dice Kant -al que alguna autoridad se le presume entre los alemanes- en Lo bello y lo sublime, un ensayo corto y magistral sobre estética y moral. Y digo yo, que, aunque el pensamiento de Kant hoy no sea del todo verdad, que, evidentemente, no lo es, tampoco es del todo mentira... ¿O sí?

A lo alemán, en general, los sureños del norte de África, especialmente don Mariano por razones del cargo, lo percibimos como cosa magnificente y poderosa. Yo, sin ir más lejos, así lo asumí el día que acudí a la consulta de un galeno en Munich. Fue hace años, acompañando a un turístico súbitamente herido de estrés del malo. Nuestros médicos, para evaluar el frémito nos piden recatada y humildemente que digamos treinta y tres. ¡Diga treinta y tres...! Para los galenos teutones treinta y tres es poco... Ellos están venidos arriba y, para evaluar el frémito, exhiben su poderío pidiendo que digamos noventa y nueve (neunundneunzig). ¡Qué cosa, ¿verdad...?!

Alemania es una realidad cuyo poder unas veces es sobrevenido de la auctoritas y otras veces de la potestas. Lo alemán unas veces encaja en «el que sabe, sabe...» y otras en «el que puede, puede...». La diferencia entre auctoritas y potestas, reside, muy en síntesis, en que auctoritas explicita la autoridad moral y potestas la autoridad legal. Y yo -bisbiseando, para que nadie se entere, no sea que...- me pregunto: ¿hay auctoritas alguna en las defensas-partidistas-sanguino-vehementes con las que venimos siendo acorralados desde hace más tiempo del razonable? Me refiero al jueguecito de enroque multidireccional con el que nos mantienen entretenidos nuestros aspirantes al poder patrio; poder que, dicho sea de paso, reside mucho o todo en la potestas y poco o nada en la auctoritas. ¿O no es así...?

Nótese en este sentido cómo los equipos salientes del poder siempre justifican su salida «porque el poder desgasta». Y seguro que algo de verdad puede haber en ello. Pero mucha más verdad hay en una respuesta que tuve la oportunidad de escuchar en directo hace ya algunos unos años. Un periodista de Rai 1 entrevistaba a Giulio Andreotti en su calidad de Primer Ministro de la República italiana. El periodista le preguntó a quemarropa -fue la primera pregunta-, ¿el poder desgasta? Y Andreotti, con su habitual socarronería meapilas, respondió:

-Sí, estoy seguro de que el poder desgasta, a los que no lo tienen...».

Con estos mimbres, ni los equipos salientes del poder a los que aludo, ni el señor Andreotti, cuando se refieren al poder, pueden referirse a la auctoritas. Porque si la auctoritas de Platón, Cervantes, Einstein, Leonardo, Mozart, Newton, Descartes, Miguel Ángel... desgastara, todos ellos hace mucho que estarían muertos. Y eso ni es verdad, ni lo será nunca...

Decía Antonio Machado que los humanos nos dividimos en dos grupos: los que pasamos la vida hablando de virtudes y los que trabajamos para tenerlas. O algo así. Y lo expresaba en un contexto en el que desde la primera hasta la última virtud tenían todo que ver con la auctoritas, en la que las virtudes indefectiblemente convergen.

Y llegado a este punto, ¿para qué habremos prescindido de auctoritas y potestas, y convertido la idea en un concepto vago e impreciso...? Es obvio que los que usan el hiperónimo mueble es porque no saben decir chaise-longue. Entonces, si ya sabíamos decir auctoritas y potestas, ¿para qué hiperonimizarlas, mudándolas a la ambigüedad?

¿Torpeza, listeza o casualidad-ja-ja-ja-ja...?