Ayer, 8 de marzo, fue el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Quiero por ello hablarles de la relación entre mujer y medio ambiente. Aunque habitualmente se piensa que las diferencias de género únicamente se producen en el ámbito social, hay que decir que éstas también existen en la relación con la naturaleza. Está constatado que las mujeres tiene una huella ecológica menor que los hombres, debido a las diferencias en los patrones de consumo y estilos de vida, independientemente de si son ricas o pobres. Y está también confirmado que aunque las mujeres son más vulnerables al cambio climático, muestran resiliencia. Hay que decir además que no todas las mujeres experimentan la degradación ambiental de igual manera, ni los problemas ambientales impactan a todas por igual, sino que es necesario que atender a la pertenencia étnica, la clase social y la edad.

Hay quien niega la conexión que hay entre mujer y naturaleza. Creo, sin embargo, que esa conexión existe y se manifiesta a través de los ciclos de la mujer y los de la naturaleza: los ciclos de la sangre (menarquía, menstruación y menopausia), los ciclos de la luna y el sol, los ciclos de las estaciones y los ciclos gestacionales. La naturaleza es cíclica. Lo femenino es cíclico. La mujer y la naturaleza llevan en su interior la génesis y la regeneración, son la expresión del ciclo de la vida. Por tanto, la idea de que tanto las mujeres como la naturaleza son biológicamente esenciales a la vez que socialmente construidas, al menos para mí no son incompatibles entre sí. Ha sido la construcción social y subjetiva del patriarcado y del capitalismo la que ha despreciado la conexión de la mujer con la naturaleza, abandonándola, como símbolo de culto primitivo y olvidando los ciclos de ambas, para conceptuar la naturaleza, la sociedad y el cuerpo de la mujer como una máquina. La mitología, la arqueología y la antropología, sin embargo, nos muestran que en diferentes épocas históricas, gran parte de la humanidad ha sido matrilineal, con culto a lo sagrado femenino. A pesar de esta evidencia género, medio ambiente y política han sido separados, sin tener en cuenta la relación que existe entre la pobreza, la desigualdad social y de género y la degradación ambiental. Es éste, pues, un debate pendiente e imprescindible para el cambio a un presente y hacia un futuro más sostenible y más igualitario.

Poner fin a la separación entre género, medio ambiente y política exige recuperar las vivencias de las mujeres en su contexto, obliga a que las mujeres empiecen a escribir su historia. Historias de vida que deben de partir de la realidad que ellas viven, de los significados que atribuyen a su lucha cotidiana, de cómo ven su medio ambiente, de valorar sus conocimientos y experiencias, su lucha contra la relegación al ámbito de lo privado y su lucha contra la brecha salarial. Una característica común a los modelos de experiencias de mujeres es que tienen como hilo conductor la ética, y son capaces de crear un modo de vida pensando en el lugar donde lo crean y como conservar su entorno para su perdurabilidad en el tiempo. Estos modelos creados por mujeres muestran modelos de vida distintos, que asumen una nueva realidad y ponen la atención en las necesidades y prioridades reales. Un ejemplo de estos modelos, entre los muchos que se pueden citar, es el de la empresa salinera de flor de sal, gestionada por Manuela Gómez, en Salinas de Isla Cristina Biomaris (Huelva), cuyo proceso de producción es completamente artesanal, no interviene ningún proceso industrial, y su producto es únicamente la sal proveniente del mar, del viento y del sol.

No quiero hoy, dejar de recordar a Berta Cáceres, líder indígena lenca, feminista y activista medioambiental, asesinada hace escasos días, quien, en 2015, en su discurso de recogida del premio de Medio Ambiente, de la Fundación Goldman, reivindicando tradiciones ancestrales de su pueblo, ancestral guardián de los ríos, decía: «dar la vida de múltiples formas por la defensa de los ríos, es dar la vida para el bien de la humanidad y de este planeta». Sus palabras fueron proféticas. La conexión entre mujer y naturaleza se refuerza así a través de un nuevo ciclo de sangre: el de la sangre derramada.

Para terminar, les dejo el poema Estoy deseando, de Gioconda Belli, una de mis poetisas preferidas: «Estoy deseando explotar/como vaina de malinche/para darle mis semillas al viento./Perderme por los montes/embriagándome/de aire/de flores/borracha de primavera/de amor/de deseos/haciendo nacer árboles,/vida,/desperdigándome por el mundo/en gritos de gozo,/en crujidos de ramas,/ser una con la tierra/en un árbol espeso.» Hasta el próximo miércoles.