La recién concluida huelga de limpieza en Málaga ha servido para que no pocos nativos y foráneos experimentemos ignoradas sensaciones o descubramos nuevas habilidades. Ahí es nada como nos hemos acostumbrado a vivir con las ventanas cerradas para que el olor no nos mate. La costumbre es muy útil en caso de guerra y podría salvar no pocas vidas y, sobre todo, no pocos cristales. Es toda una ventaja si, por ejemplo, nos invade Francia. En cuanto veamos revueltas en las calles, plis, plas, ventanas cerradas y a otra cosa. Conozco a un chaval que no es que haya descubierto el sentido de su vida, pero sí el sentido, de su móvil, inteligentísimo y nuevo, regalado por su progenitor. Lo ha empleado para fotografiar montañas de bolsas de basura, contenedores desbordados, barrenderos en pose de servicios mínimos, protestas vecinales, incendios, etc. Todo ello lo iba colgando en la red. O en las redes, que a lo que se ve hay muchas. Y así, por haber sido jaleado pero también ora vilipendiado, ora alabado, ha descubierto que quería ser periodista. De sucesos.

Y luego están los expertos en ratas. Nunca creí que hubiese tantos. «Ahí habrá ya un montón de ratas», decía el más pintado cada dos por tres. Sólo con las ratas que he tenido en la imaginación ya tengo surtidas las pesadillas para cincuenta años, si bien es probable que mucho antes haya otra huelga similar. La huelga ha servido, para que en memorables alocuciones incendiarias que han circulado por whatsapp y por aquí y allá, nos percatemos de las habilidades oratorias de algunos líderes de masas que podrían saltar directamente si no al Congreso sí al Sálvame en versión no niños y emisión de madrugada. La huelga. Hasta los más abúlicos se han visto concernidos por la actualidad. Claro que, a no ser que seas residente en Estocolmo o impedido de los cinco sentidos, has de preguntarte el por qué del calamitoso estado de las calles. Lo mismo hasta se ha vendido algún periódico más y han aumentado las audiencias de los noticiarios locales de radio y televisión.

La huelga también enseña que hasta dos posturas antagónicas a más no poder pueden y deben llegar a un acuerdo. No sería mala cosa enviar las actas de las negociaciones a los partidos por ver si de una vez se ponen de acuerdo a dúo o a trío para que tengamos Gobierno. El Gobierno no da la felicidad, pero la parálisis de un país si puede hacernos bastante infelices. Los jubilados tenían asunto de diatriba más allá de la climatología, los vendedores de mascarillas han hecho el marzo. Hubieran hecho el agosto si la huelga hubiera durado un poco más. Algo es algo para un gremio tan decaido.

El conflicto ha servido también, ahora que se celebra el 400 aniversario del nacimiento de Shakespeare, para que se resucite eso de ‘algo huele a podrido en Dinamarca’, que articulistas, trovadores, poetas de café y parecidas faunas hemos empleado aún a riesgo de ser tildados de pedantuelos o, a lo peor, de intelectuales. Pero cambiando Dinamarca por Málaga. O Málaga por Dinamarca, lo cual, por cierto, a veces es para pensárselo.