La tecnología no sólo está afectando a la educación, el empleo, la administración pública, el turismo, el transporte o por supuesto a las relaciones sociales. Los avances técnicos y también la necesidad de competir con los países emergentes mediante la fabricación de bienes más sofisticados -porque competir en costes o precios es del todo imposible- han espoleado a los países occidentales a desarrollar estrategias para avanzar en lo que se está llamando «cuarta revolución industrial».

La clave es doble. Por una parte, fabricar cosas inteligentes. Coches que consuman menos estudiando sus propios hábitos. Tejidos, materiales de construcción, miles de objetos que pueden cambiar su desempeño en función de la información que su propio uso genere. Un cambio radical, una flexibilización inteligente de materiales que hasta ahora eran rígidos, de uso unívoco, diseñados para durar, y no siempre. Más eficiencia, con todo lo que eso supone, también para la cantidad y calidad del empleo que se va a requerir.

Por otra parte, se habla también de fábricas inteligentes, de procesos en línea que van a ser capaces de introducir la creatividad en la estricta filosofía de la cadena de producción. Ahora sí que puede ser el fin del fordismo, del estudio de los tiempos de trabajo, porque una factoría podría por ejemplo fabricar mil coches al día, cada uno de ellos diferente. Y quien dice coches dice cualquier otro producto. La idea de fabricar en masa pero al mismo tiempo de manera personalizada supone una revolución industrial inédita que combina lo mejor de la tecnología y sus ganancias de productividad a través de la repetición con lo mejor de la creatividad que ahora permite esa cadena flexible. De la contradicción en los términos a la superación de los límites.

En España hay varias iniciativas interesantes en esta dirección. Desde el Ministerio de Industria, Energía y Turismo se ha impulsado un informe llamado «Industria conectada 4.0», que aborda «la transformación digital de la industria española». Por comunidades autónomas los más avanzados son los vascos, con una decidida Estrategia de Fabricación Avanzada que ya está dando sus frutos y que se comenzó a diseñar en 2014. En Galicia y en Murcia -las dos con importante tradición industrial- ya se han dado notables pasos, por lo menos en cuanto a poner a pensar a los responsables públicos y privados en la misma dirección. En Cataluña la página web que debe informar sobre los progresos realizados no estaba operativa en el momento de escribir este artículo, por cuestiones de mantenimiento. En otras zonas de España es ahora cuando se empiezan a dar los primeros pasos.

En Andalucía surge con periodicidad previsible el viejo debate sobre la industrialización. Siendo como fue una región industrial e industriosa, desde la época de los romanos, mirar por el retrovisor se convierte en un ejercicio que mezcla reivindicación y nostalgia. Sin embargo, conviene sobre todo mirar al futuro, que apenas va a parecerse al pasado que hemos vivido y conocido. ¿Es posible entonces sumarse desde Andalucía a la ola de la industria 4.0, del internet de las cosas, de la industria digital? Ya lo están intentando en el País Vasco, Galicia o Murcia. Las políticas públicas se realizan si existe una planificación previa y una voluntad institucional adecuada. Y visión de futuro, que ya es presente. Una economía sana es una economía diversa y competitiva. En este nuevo mundo digital quedarse atrás no es una opción. Mirar para otro lado tampoco.