El Ayuntamiento de Marbella consignará en sus presupuestos veinte millones de euros para combatir la corrupción. Nada menos. Marbella sigue pagando la factura del gilismo, aquel régimen del que ahora, y desde hace un tiempo, se lamentan muchos de los que lo apoyaron. No pocos de los que fueron furibundos militantes del gilismo se rasgan ahora las vestiduras. Ni que decir tiene que el espectáculo que proporcionan, o sea, quedarse sin vestiduras, en pelotas, es indigno. Con veinte millones se pueden hacer muchas cosas, incluso no gastárselos. Los abogados son muy caros, si bien suele resultar caro no invertir en ellos cuando estás en apuros.

Los marbelleros pagan luz, agua, basura, IRPF y el impuesto por corrupción, también llamado de la trincalina o mamandurría. Algún día todo esto será mío, se dijo un día Gil mirando una pléyade de solares y campos y huertas y terrenos. Lo fue, de él y de sus amiguetes, algunos de los cuales quieren salir de la cárcel de Alhaurín, tal vez una de las pocas edificaciones de la provincia que siempre ha tenido en regla la papela urbanística. Además de la corrupción, Marbella paga deuda e intereses de deuda, pero todos los días amanece y la joya de la Costa del Sol ahí está, en marcha y con proyectos y obras y turismo del bueno, que no es el de las estadísticas, o sea, el que gasta equis euros per cápita, sino equis euros porque los tiene. Pero mucho tiene que gastar ese turismo foráneo o españolito para cubrir los 144 eurazos por marbellero y año que les cuesta la corrupción. Marbella no consigue pasar página del gilismo. Ni casi capítulo, y si me apuran no puede ni pasar un libro o las obras completas. Porque siguen pendientes (Urbanismo, PGOU) tantas y tantas cosas de aquella época. Gil fue precursor del populismo gordo, que luego ha renacido en España con otras formas y otras siglas.

El que le puso el nombre a lo de Malaya lo puso bien. Es un artista del naming, que dicen los anglos. Una gota malaya fue la corrupción pero siguen cayendo gotas de tal líquido letal. En Valencia y Madrid y Andalucía y Cataluña. Veinte millones de factura por la corrupción. Se dice pronto. Por algo tan del pasado. Y que no, no parece que fue ayer.