Desde mi ventana observo que, tras el monte San Antón aparecen algunas nubecillas. Espero que la lluvia no nos amargue el finde. No debo de ser tan egoísta, quizás, un chaparrón, de vez en cuando, desempolvaría las aceras. La verdad, si llueve, nos quejamos. Si no llueve, le ponemos una vela a San Cucufato, que comentan es muy, pero que muy apañado. Así es la vida. ¿Os imagináis vivir en un lugar donde todos fuéramos perfectos y nos comportáramos tan bien que no pudiéramos criticar a nadie? ¡Jo, qué aburrimiento, amigos! Cuando el Señor permitió el cotilleo sería por algo, no os quepa la menor duda. Todo no iba a ser trabajar y rezar. Si nos detuviéramos, alguna vez, y pensáramos en esos pequeños detalles, nos daríamos cuenta lo perfecta que fue La Creación. Os aconsejo que dediquéis unos segundillos al refrito que tenéis en el fuego si no queréis volver a comer pizza de nuevo. Vuestro magnífico currículum sufriría un gran descrédito.

¿Os habéis dado cuenta de que la crisis -esa maldita pécora que no nos ha dejado vivir una larga temporada- parece que se quiere alejar de nosotros, pobres mortales? Yo sí lo he empezado a notar. Os cuento: Desde hace más de cinco años apenas me habían llegado diez convocatorias de concursos literarios, cuando en los años anteriores había cuarenta convocatorias anuales o más y nos pasábamos la vida recorriendo la Península Ibérica saludando a compañeros de este digno oficio: Concursante literario.

Este último mes he recibido veintitrés convocatorias. Es decir: la crisis está pasando. Nos alegramos todos. Les informaré del camino que me queda por recorrer porque ¿y si ha cambiado el gusto de los jurados?. No lo quiero ni pensar, una ya tiene demasiados años para volver a empezar.