Ahora que la enorme influencia de Johan Cruyff en el fútbol, y en particular en el Barcelona, ha vuelto a ponerse tan de actualidad, aunque sea debido al triste motivo del fallecimiento del holandés, la inminente disputa de una nueva edición del partido de más rivalidad del fútbol español lleva inevitablemente a echar una mirada al estado de situación de los dos equipos y a bote pronto la diferencia es meridiana. Uno, el Barcelona, sabe a lo que juega justo desde que Cruyff se sentó por primera vez en su banquillo como entrenador, ya en 1988, mientras que el otro, el Madrid, está por definir año tras año. La diferencia de rendimiento entre uno y otro es más que evidente.

Cruyff llegó al Barcelona como entrenador con la misma claridad de ideas con la que se empleaba como jugador. Desde el primer momento el Barcelona fue otro. Con independencia de los resultados, que tardaron algo en llegar de forma continuada, el Barcelona se convirtió en una máquina de atraer espectadores por lo divertido de su apuesta, una apuesta por otro lado que para nada era novedosa pues ya la había puesto en práctica el Ajax muchos años antes, con el ahora fallecido como gran líder, pero que prendió en la cultura del club catalán como nunca se había dado antes con ningún otro estilo.

La relevancia de Cruyff es tan enorme que hasta el mayor enemigo futbolístico no puede por menos que reconocer su extraordinaria contribución al balompié. Florentino Pérez lo dijo el otro día de forma concisa y clara: «No sólo cambió al Barcelona, cambió el fútbol». El presidente del Madrid hace una declaración que le honra porque reconoce el mérito del rival y además viene de alguien como él que le gustaría pasar a la historia con el mismo relieve que Cruyff, como alguien que revolucionó el fútbol. Pero Pérez va a pasar en realidad como el mayor dilapidador de inversión futbolística que jamás haya habido. No ha habido presidente que haya gastado más con menor rendimiento en títulos. No hay presidente de club grande que haya colaborado más a la inestabilidad del equipo, cambiando de técnico casi como quien cambia de camisa.

Así se llega a un Madrid descafeinado como equipo, convertido además en una trituradora de entrenadores. Zinedine Zidane es el último capítulo de una saga de técnicos que pasan casi siempre sin pena ni gloria por el cargo de entrenador del equipo de mayor exigencia del fútbol mundial. Enfrentados a una tarea imposible, la de hacer un equipo de una colección de cromos que corre a cargo del presidente, los sucesivos responsables técnicos se suceden sin que haya ninguna línea clara de qué es lo que se pretende como estilo de juego.

Encima, puede darse el caso como ahora que llega al banquillo un técnico del que no se conoce ninguna aportación relevante en forma de sello personal. Ni en el Castilla, que ya es decir. Es más, forzando podría decirse que el mayor cambio puesto en práctica por Zidane es la recuperación para el equipo titular de Casemiro, que coincide pese a su pretensión de convertirse en un eficaz medio defensivo con un mayor protagonismo para Keylor Navas, por la facilidad que llegan a sus inmediaciones los rivales.

Zidane está por tanto muy lejos, al menos de momento, porque también es cierto que el fútbol es de lo más cambiante que hay, de ser el Cruyff del Madrid. Desde luego los comienzos no son nada halagüeños. El Madrid puede ganar pero dista de convencer porque destaca sobre todo por su falta de un decidido plan estratégico.