Ha saltado la alarma. Y no en un sacristía, sino en la redacción de un periódico, que publicó, hace unos días, un editorial con este título: «Un hito científico que no debe llevar al hombre a creerse un dios». Y es porque, en un laboratorio de La Jolla, en San Diego, California, el equipo del investigador norteamericano John Craig Venter ha logrado fabricar una célula con ADN sintético que contiene el número mínimo de genes que se requieren para que haya vida: 473. La han llamado JCVI-Syn 3.0.

Algunos colegas de Craig Venter consideran que tanto este anuncio en la revista Science como el del año 2010 sobre los primeros resultados de sus investigaciones van escoltados por un sensacionalismo provocado, pero si es cierto lo que se ha dado a conocer en ese importante órgano de comunicación científica, y no hay por qué ponerlo en duda, las posibilidades que se abren a partir de ahora en la biotecnología son impredecibles. No estamos hablando de la reproducción de fragmentos o cadenas de genoma que ya se encuentran en la naturaleza, sino de la confección de una molécula de ADN inexistente. De momento, una bacteria, un organismo simple, pero a ver quién le pone puertas al campo.

Habrá, además, nuevos adentramientos en el esclarecimiento de la noción científica de vida. Los trabajos de fabricación genética sintética seguirán su curso. Y ya se sabe qué es lo que persiguen como objetivo último. Con la fabulosa suma de dinero invertida en programas de investigación no cabe esperar que las empresas que han apostado por originar lo que llaman «vida artificial» se conformen con el desarrollo de posibilidades mínimas. Irán a por todas.

Ahora, los comités de ética empezarán a emitir dictámenes que no sirven para nada, porque no es en instituciones públicas, sino privadas, en donde se realiza la experimentación puntera. Cambiarán, además, de criterio según se lo vayan imponiendo las circunstancias y, sobre todo, los hechos consumados. El Estado, por su parte, legislará lo que vocifere la ideología imperante; basta sólo con ver cómo gestiona la crisis demográfica, que dice deplorar: dejando desamparada la natalidad.

En lo que respecta a la ONU, acaba de ser presentado el informe anual sobre la felicidad en el mundo (World Happiness Report 2016), realizado por personas especializadas que trabajan en United Nations Sustainable Development Solutions Network, la Universidad de Columbia Británica y la London School of Economics and Political Science. ¿Cómo han medido la felicidad en los 157 países que han evaluado? Por el producto interior bruto, la renta per cápita, la sensibilidad ante los niveles de corrupción, la esperanza de vida, la salud, la cultura, la posibilidad de elegir, la igualdad y la generosidad, entre otros indicadores. Para asignar los últimos puestos en la lista se ha recurrido a la distopía, es decir, se ha establecido el arquetipo del lugar en el que nadie querría vivir.

Dinamarca es el país más feliz del mundo, dice el informe, seguido de Suiza, Islandia, Noruega, Finlandia, Canadá, Holanda, Nueva Zelanda, Australia y Suecia. España es el trigésimo séptimo. Sin embargo, en algunos de los países «top» se dan también los índices más altos de suicidios, alcoholismo y consumo de antidepresivos. Se ve que la riqueza proporciona felicidad a las personas, pero no la asegura totalmente. Se requieren otros factores que coadyuven a su logro pleno.

Un laboratorio de San Diego ha logrado fabricar una célula con ADN sintético que contiene el número mínimo de genes que se requieren para que haya vida: 473

Pakistán viene saliendo, desde 2007, a dos atentados diarios. Nadie puede creer, dígalo la ONU, la Universidad de Columbia Británica o la London School of Economics, que ese país sea más feliz que Portugal o que Grecia.

Y otra cosa: un atentado terrorista, en la tarde del Domingo de Resurrección, acabó con la vida de más de setenta personas, mujeres y niños, y ha ocasionado centenares de heridos en Lahore, Pakistán. Según el Instituto Paquistaní de Estudios para la Paz, en el país vienen saliendo, desde 2007, a dos atentados diarios. Desde 2009 ha habido 17.843 víctimas. Es la nación que tiene en su haber el mayor número de muertos en centros educativos a causa del terrorismo: 450 fallecidos en los últimos cuarenta años. Con estos datos, nadie puede creer, dígalo la ONU, la Universidad de Columbia Británica o la London School of Economics, que ese país sea más feliz que Portugal o Grecia.