Hay una complementariedad léxica, la que se verifica cuando la afirmación de uno de sus elementos supone la negación del otro, que está dejando a Europa con el culo al aire. Los europeos andamos con la boca llena de igualdades y desigualdades, de moralidades e inmoralidades, y de dignidades e indignidades, mientras las alambradas y las acampadas a la intemperie permanecen. Rutinariamente se nos llena la boca con la complementariedad de la justicia y la injusticia, y, en Navidad y fiestas de guardar, con la de la libertad, la igualdad y la fraternidad.

¡Memeces...! ¡Cero patatero para los europeos que practicamos una complementariedad que niega a la persona! ¡Y la erubescencia, mientras tanto, de baja, no te lo pierdas...!

Afortunadamente hay otra complementariedad, la que se da cuando una cosa se añade a otra para mejorarla. Así, por ejemplo, igual que la corbata, el fular y los gemelos complementan la elegancia masculina, el collar, el bolso y las medias hacen lo propio con la elegancia de las damas. Y hay tacos que complementan al calzado de algunos deportes, haciéndolo más útil, y tacos que complementan a la ira convirtiéndola en violencia verbal. Y puntos que complementan a las comas, prolongando así la sutileza de sus pausas, y puntos que complementan el pensamiento escrito acotando y espaciando sus decires o cerrándolos para siempre. Por cierto, el punto y final siempre me pareció un macabro camarlengo que anuncia la complementariedad del adiós y de la muerte.

La complementariedad que viene a añadirse para mejorar, a veces se manifiesta recíproca, aunque raramente se biloca en complementariedades bidireccionales alícuotas. Las complementariedades en estos casos suelen mostrarse más generosas en un sentido que en el otro. Analícese, si no, el concepto universal por el que entendemos que la mujer y el hombre se complementan.

La complementariedad, cuando existe un elemento principal y otro agregado, es como el accidente en la metafísica aristotélica: se añade a la sustancia para vestirla, pero sin alcanzar la categoría de sustancia. Excepto en tiempos de descerebreo, claro... Valga como ejemplo la aparición del teléfono móvil, que ha venido a redefinir las partes del ser humano. Antes, el ser humano era cabeza, tronco y extremidades. En breve -ya casi estamos-, seremos cabeza, tronco, extremidades y teléfono móvil. Los seres que no incorporemos un teléfono móvil no seremos dignos de la especie humana. Tiempo al tiempo... En nuestros días pareciere que la descerebración hace que confundamos lo complementario con lo principal, y viceversa.

Abundo: ha rato que sabemos que el sexo mora en el cerebro. Y, sin embargo, a mayor índice de descerebración, más profusión y sofisticación en los métodos para mejorar el tamaño del pene. Y la peña descerebrada picamos el anzuelo... Aunque en el sexo el tamaño del pene sí importa, más importa el tamaño del cerebro, a pesar de que tantos aspiremos a refinar nuestras capacidades sexuales a base de centímetros fálicos. La ensalada mental entre lo sustancial y lo complementario ha hecho que olvidemos el precepto escolástico, aquel que aconsejaba: en tiempo de descerebraciones, nunca tomes decisiones... ¿O no era así?

En la industria turística la complementariedad es especialmente particular y se institucionalizó ya al inicio del turismo de masas. La denominada oferta complementaria se erigió en un batiburrillo de sastre que fue creciendo con la diversificación de las necesidades del turista. Al principio, a lo sumo, eran los alojamientos -y quizá las agencias receptivas- los que conformaban la oferta «principal». El resto eran los hermanos pobres de la obra, los que la complementaban, o sea, nada que ver con la esencia de la oferta. Infantil la cultura turística de entonces. Y los infantes, temporada tras temporada, dábamos pábulo al concepto, para que no decayera… ¡Qué jodido es no saber, tú...!

El exotismo, el folclor, la gastronomía, el talante aun-todavía-más-especial de los lugareños aquellos, la vida nocturna, los chiringuitos... eran entonces lo complementario de la esencia, o sea, la hipóstasis de la complementariedad. La esencia eran los establecimientos de alojamiento y, repito, quizá las agencias receptivas. Y desde entonces ha llovido mucho, pero, en ese sentido, poco ha cambiado. Y ya es hora...

Es hora de desterrar para siempre el concepto «oferta complementaria» de nuestro léxico turístico. Se lo debemos a los verdaderos héroes, los factótum de los auténticos elementos diferenciadores de nuestro producto, que fueron los padres naturales de nuestra esencia turística.