Félix de Azúa dijo que su alcaldesa, Ada Colau, «debería estar sirviendo en un puesto de pescado». Como convenimos en el esfuerzo y la honradez que exigen una pescadería, en esa frase se oye el motor de un prejuicio clasista. El estupendo articulista, un poeta dotado para la imagen, habría errado más diciendo que Ada Colau debería estar en el consejo de administración de empresas de armamento (como un ministro de Defensa cualquiera) pero no sonaría clasista. Como fundador de Ciudadanos que es, se explica que Azúa use la invectiva para una rival política pero la imagen de la pescadera escama por su retórica de la vieja política de la vieja sociedad. El viejo clasismo de la vieja derecha no le pega a Azúa ni a la nueva derecha que es Ciudadanos.

En Podemos hay quienes intentan crear recelo social al bimileurista pero todavía no han redactado un nuevo clasismo para la sociedad de la desigualdad que nos haga despreciar la especulación y la riqueza con el mismo desdén con el que se desprecian el trabajo y la modestia. Por más que la institución tenga críticos acres no acaba de funcionar como desprecio decirle a alguien que donde debería estar es en la Academia de la Lengua. Estamos mal hechos y no logramos ser socialmente desdeñosos con los magnates del petróleo, por ejemplo. Ni «cazador de elefantes» es un insulto, pese a tratarse de una actividad muy desprestigiada en la sociedad. Ni «vete a tomar por el saco» -que para tanta gente es un buen deseo- ha sido sustituido por «vete a esquiar a Saint Moritz», algo tan lejano de las aspiraciones de la mayoría.

Estamos mal hechos, pero hay gente que escapa a algunos prejuicios en sus juicios. El admirable cineasta y escritor José Luis Cuerda acaba de decir que «el animal más tonto es el milmillonario, que se va a morir y no quiere darse cuenta». Hoy prefiero ese pescado. Parece más fresco.